—Ah. —Me rasco la nuca con incomodidad—. ¿No ha conseguido convencerlo de que dé la cara al menos una vez?.
—No quiere —responde con un dejo de tristeza—. Es difícil hacerlo entrar en razón.
Suspiro, negando con la cabeza.
—Iré a hablar con él —digo, y Zelda asiente con un atisbo de esperanza.
S