—Quiero que te cases —soltó sin rodeos—. Estaba pensando que ya eres un hombre maduro, hecho y derecho, exitoso, pero te falta lo más importante: una familia.
—No digas sandeces, abuela, no necesito eso.
—Escúchame —colocó ambas manos sobre las suyas—. ¿No has pensado en que necesitas un hereder