*
Era Domingo, Alexander y Audra salieron desde por la mañana con los niños, fueron a su lugar favorito. Llevaron una enorme manta acolchada, cojines y comida, pretendían pasar todo el día disfrutando de la naturaleza. Una sorpresa agradable para ambos padres, era ver que sus hijos disfrutaban de ese lugar tanto como ellos.
—Liam, Alejandro, vengan a comer— Audra llamó a sus hijos después de haber servido el almuerzo.
Sus dos bebés dejaron la pelota y se sentaron sobre la manta junto a su papá, que ya estaba comiendo.
—Esto sabe muy bueno—.
—Se nota, es tu tercer plato, amor—.
—Quiero más—.
—Nos comerás a nosotros cualquier día—. Alexander la miró con una enorme sonrisa.
—Y tienes razón— Era notorio que no se refería a la comida.
Audra le devolvió la sonrisa y desvío su atención a los niños, su cara estaba toda ruborizada. A él le encantaba que, pese al tiempo juntos, todavía pudiera provocar ese tipo de reacción en ella.
Audra después de terminar de darle su comida a Ilona y comer el