Aaron Greene estaba sentado sobre su silla, delante de él estaba el abogado y Damiana, mirándolo con ojos severos
—¿Y bien? ¿Ya me darás lo que por derecho me corresponde? —exclamó Damiana
Aaron tenía sus lentes oscuros, y solo esbozó una sonrisa burlona
—Abogado, permítame hablar con mi hermana, y luego de hacerlo, negociaremos sobre la entrega de la herencia.
El abogado y Damiana se miraron fijamente, luego ella asintió, y el hombre salió, dejándolos a solas.
Damiana se sentó con un porte desgarbado y miró con firmeza a Aaron
—¿Ya me dirás que es lo que quieres? Me darás mi dinero, eso es lo justo, lo quieras o no —sentenció Damiana
Aaron esbozó una risita que le dio un escalofrío
—Es lo justo, y sí, te lo daré, aunque sé que ese dinero no te durara ni un poco, lo perderás todo, y no te atrevas a volver ante mí, Damiana, porque no te daré nada, nunca más.
Ella le miró con rabia, se levantó y golpeó la mesa con un puño
—¡Dame mi dinero, Aaron! Y entonces, no volverás a saber