Al caer la noche, Mateo apenas había terminado de lidiar con su montaña de trabajo cuando recibió una llamada de Diego:
— Oye, Mateo, hace rato que no nos juntamos. ¿Te caes por unos tragos?
— Va.
Mateo salió de su estudio y, justo cuando bajaba las escaleras ya cambiado, vio a Sofía entrando por la puerta principal, quitándose los zapatos en el recibidor. Sus miradas se cruzaron y ambos se quedaron helados.
— ¿Qué haces aquí? — preguntó Mateo.
— Mi amor, ¿vas a salir? — respondió Sofía.
— Ajá.
La chica, incómoda, balbuceó: — Entonces... ¿llegué en mal momento?
El hombre guardó silencio.
— Yo... vine después de clases, no me las salté ni nada... Es que anoche fuiste muy brusco y... bueno, me lastimé un poco. He estado molesta todo el día...
— No me atreví a ir sola a la farmacia, me daba pena. Recordé que en el botiquín de la casa tenías esas cremas para la inflamación y el dolor, por eso vine...
Explicaba entrecortadamente, temiendo que él la considerara una molestia.
— Me... ¡me voy