Lucía solo podía buscar un lugar para refugiarse de la lluvia.
Era de conocimiento común que los árboles atraen rayos, así que no podía esconderse bajo ellos.
En el instante en que un relámpago iluminó el cielo, Lucía vio no muy lejos una roca de la altura de media persona, con una parte cóncava que formaba una cueva natural. Aunque no era grande, apretándose un poco, debería ser suficiente para una persona.
La lluvia caía cada vez con más fuerza. Las gotas, grandes como frijoles, golpeaban su cuerpo causándole incluso un leve dolor. Aceleró el paso, dirigiéndose hacia aquella roca siguiendo la dirección aproximada.
Cuando estaba a punto de llegar, de repente resbaló. Lucía perdió el equilibrio y todo su cuerpo se inclinó hacia adelante. Justo en ese lugar había una pendiente y, tras caer, continuó rodando sin poder detenerse. Instintivamente, usó sus manos para proteger su cabeza y rostro.
Lo único afortunado fue que la pendiente parecía estar cubierta por algún tipo de planta, por lo