Lucía no dijo nada. La reforma del laboratorio era un hecho, y la falta de resultados también. No había nada que debatir.
Se sentó de nuevo, justo al lado de Carmen, quien no pudo contener una risita: —Vaya, Lucía, cómo han cambiado las cosas.
—La vida tiene altibajos, todos tenemos momentos de mala suerte. Pero como dicen, la rueda de la fortuna gira, y mi presente podría ser vuestro futuro.
—¡Orgullosa!
Lucía miraba al frente sin mostrar ni un atisbo de enojo.
Carmen, irritada por su calma, continuó: —¿Crees que puedes contra la profesora Ortega? Ana quizás pudo en su juventud, pero ya está vieja, no puede competir. Como su estudiante, estás sola y solo conseguirás que te maltraten.
—Cuando competimos por ser estudiantes de Ana, tú ganaste y yo perdí. ¿Quién hubiera imaginado que las cosas terminarían así?
—A veces ganar no es ganar, y perder no es perder. ¿No esperabas que las cosas llegaran a este punto, verdad? —sonrió Carmen con aire de superioridad.
¿De qué servía ser la primera