A finales de diciembre, Puerto Celeste recibió su segunda nevada del invierno, mucho más intensa que la anterior. Nevó continuamente durante dos días, cubriendo toda la ciudad de blanco.
En la madrugada, Lucía tocó la puerta de Daniel con cierta timidez: —Profesor... —dijo vacilante.
Daniel, aún en pijama y con el pelo revuelto, sintió un vuelco en el corazón: —¡¿Pasó algo?!
—¡No, no! —quizás consciente de lo temprano e inapropiado de la hora, Lucía se disculpó aún más avergonzada—. ¿Lo... lo desperté?
—No, ya debería estar levantado. ¿Necesitas algo?
—¿Todavía tiene los juguetes para la nieve?
Él se quedó perplejo un momento y miró por la ventana. Efectivamente, había dejado de nevar.
—¿Vas a jugar en la nieve tan temprano? —preguntó dudoso.
Los ojos de Lucía brillaron: —¡Sí! Temprano la nieve está limpia, nadie la ha pisado.
Daniel sonrió: —¿Por qué pareces una niña?
—Jugar en la nieve no distingue entre niños y adultos, solo entre gente del norte y del sur.
—Espera un momento.
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