Al salir, los tres habían bebido y cada uno sacó su teléfono para pedir conductor.
Mientras esperaban, a Diego le dio el antojo de fumar. Con el cigarrillo en la boca, fue a encenderlo pero no encontró su mechero.
Le pidió uno a Manuel, quien señaló hacia el coche: —En el asiento trasero, búscalo tú mismo.
Diego abrió la puerta y se inclinó dentro del coche.
—Ah, aquí está... —Encendió su cigarrillo y le devolvió el mechero a Manuel. Recordando el chal que había visto en el asiento trasero, sonrió con malicia—: ¿Desde cuándo te gusta "divertirte" en el coche?
Manuel lo miró confundido: —¿Divertirme? ¿De qué hablas?
—Tú sabrás. ¿De dónde salió ese chal? Eso solo lo usan las mujeres, ¿no? Y además es color amarillo pálido. Confiesa, ¿qué florecita lo dejó ahí?
Manuel hizo una mueca: —No digas tonterías.
—Vaya, qué raro que no lo admitas, no es propio de ti.
—¡¿Qué voy a admitir?! Es de la madre de Lucía, pensaba devolvérselo mañana. Deja de imaginar cosas. Tienes la mente en el arroyo, n