Carmen también estaba confundida. Antes, cuando Mateo entraba al hospital, Lucía ya estaría a su lado, atendiéndolo con ojos llorosos. Esta vez, ni siquiera se la veía por ningún lado.
Ante estas palabras, un silencio sepulcral se extendió por la habitación. Mateo permaneció inexpresivo y callado, mientras Diego, Manuel y los demás que conocían la situación no se atrevían a hablar.
Finalmente, Jorge comentó con voz suave:
—¿No lo saben? Ellos terminaron.
Mercedes frunció el ceño:
—¿Todavía siguen con eso? ¿Cuántos días van ya? Vaya que ha mejorado su mal genio.
Mateo, escuchando esto, se puso aún más sombrío.
—Ejem, señora —intervino Jorge, mirando a Mercedes—, me temo que esta vez no será tan fácil de arreglar...
—¿Qué quieres decir? ¿Acaso Lucía se está dando aires?
—Mamá —interrumpió Mateo con voz fría y expresión severa—, esta vez terminamos de verdad. Yo lo decidí.
—¿Qué? —Mercedes se quedó atónita.
Carmen también lucía perpleja. Pensándolo bien, esta vez Lucía llevaba mucho tiemp