Una persona tan prepotente como Alba no podía tragarse semejante pérdida.
Ese mismo día fue a la agencia inmobiliaria, exigiendo que saliera el agente.
Pero el encargado le informó que Jaime había renunciado hacía tres días.
A falta del criminal, fue por los cómplices.
Armaba escándalos en la agencia todos los días, e incluso trajo a familiares y amigos para protestar con pancartas afuera. Dicen que el asunto se hizo bastante grande.
El gerente, sin otra opción, terminó dándole la dirección de Jaime.
Alba siguió el rastro y efectivamente lo encontró.
Pero él, lejos de sentirse culpable, se mostró muy seguro—
—De todas formas ya me vendiste la casa, el trato está cerrado y mi nombre está en la escritura. No importa cuánto protestes.
Alba se sentó en la entrada de su casa y empezó a gritar y lamentarse, sacando a relucir sus mejores dotes de arpía.
Pero Jaime también era de armas tomar. Al ver el escándalo de Alba, la imitó, se tiró al suelo y también empezó a quejarse.
Al final llamaron