**ÚRSULA**
Los días empezaban a fundirse unos con otros, sin principio ni final. Mientras seguía encerrada en aquella habitación en casa de mi tía, Klaus no conocía a mi tía.
En aquella casa, todo era ordenado, calculado, opresivo. Cada objeto tenía su sitio, cada actividad, su horario, cada palabra, su propósito. Y yo… yo era solo una pieza más en su esquema, obligada a encajar.
Mi tía apenas me hablaba, y cuando lo hacía, era solo para dar instrucciones o advertencias disfrazadas de preocupación. Su tono nunca variaba, siempre frío, siempre preciso, como si estuviera dictando órdenes más que teniendo una conversación.
Me preguntaba si alguna vez había sentido algo real por mí, o si todo había sido fingido, una obligación más impuesta por mi padre.
“¿Qué haremos con esa mocosa problemática?”
Me imaginé la conversación. La determinación de mi padre, la indiferencia de mi tía, el acuerdo silencioso entre ambos: aislarme, contenerme, silenciarme hasta que dejara de ser un inconveniente.