**ÚRSULA**
Nunca imaginé que la felicidad pudiera sentirse así… tan completa, tan tranquila, tan real. Como si por fin mi alma hubiese encontrado el ritmo correcto para latir.
Hay días en los que me despierto y aún me cuesta creerlo. Miro a mi alrededor —las cortinas blancas ondeando con la brisa, la luz dorada filtrándose por las ventanas, el silencio sereno de una casa sin gritos ni juicios— y me pregunto si de verdad esto es mío. Si no estoy soñando.
A veces, me recuesto sobre el pecho de Klaus, escucho su respiración firme y constante, y pienso: Estoy en el país de las maravillas. No porque todo sea perfecto, sino porque todo es mío. Porque este amor, esta casa, esta vida… las elegí. Y él me eligió también.
Klaus no es un hombre cualquiera. No es tierno en el sentido típico, ni sonríe por todo, pero su manera de amarme es feroz, protectora, profunda. Tiene una forma de mirarme que me desnuda sin quitarme la ropa. Me hace sentir importante, deseada… valiosa. A su lado, aprendí que