Siguió camino a su oficina, la cabeza parecía que le explotaría en cualquier momento y para acabar con su mala suerte, nada más llegar a la oficina, se encontró con Álvaro que lo esperaba en recepción. Lo hizo pasar de inmediato con un gesto de desagrado.
Se sentó en su sillón detrás de su escritorio y Álvaro se sentó frente a él. Sebastián apoyó sus codos en el escritorio y puso sus dedos en sus sienes, cerrando los ojos.
—¿Qué quieres? ¿Vienes a abogar por Sarah? —preguntó cansado.
—No, vengo a decirte que si no tienes pruebas y si Sarah queda libre de toda sospecha, haré una contrademanda por daños y perjuicios, así que apróntate a sufrir las consecuencias de tu propia desconfianza y baja autoestima.
—No sé qué quieres decir. Sarah es culpable y lo voy a pr