10

Eran las doce de la noche cuando tocaron mi puerta, supuse que era un vendedor ambulante o un vagabundo y se marcharía pronto, pero seguían insistiendo, me levante con pesadez y abrí sin mirar quién era. Me encontré con nada más y nada menos que la orientadora Queny.

—Hola Andy— estaba con una sonrisa en su patético rostro.

—Perdón— fruncí el ceño— ¿Qué hace aquí? —pregunté.

—Me pareció una buena idea cenar contigo— mire sus manos y traía vino y algo en un recipiente con mala apariencia.

— ¿Cómo consiguió mi dirección?

—Me la dio Christian.

Ese, maldito Christian, en cuanto lo vea.

—Perdón, pero ya es algo tarde— iba a cerrar la puerta en su cara, pero puso el pie.

—Sólo un rato.

Volvió

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