Cuando llegó el conductor asignado, Reese seguía borracha. Blake la ayudó a subir con cuidado al auto. No era pesada, pero se aferraba demasiado a su cuello, murmurando entre dientes.
Con el ceño ligeramente fruncido, Blake la acomodó en el asiento y le abrochó el cinturón. El conductor preguntó el destino.
Blake dudó un momento, luego se volvió hacia ella.
—¿Dónde vives? Te llevaré a casa.
—Yo… no quiero… ir a casa… No… —balbuceó Reese con los ojos apenas abiertos—. ¿Quién eres tú?
—Soy Blake. Estoy aquí para llevarte. ¿Cuál es tu dirección?
Al escuchar su nombre, Reese pareció relajarse. Su voz firme y tranquila la hizo sentir segura, y le dio obedientemente la dirección.
A Blake le tomó un par de intentos entenderla del todo, pero al final captó bien el lugar y se lo indicó al conductor.
Desde el retrovisor, el conductor comentó:
—Joven, su novia parece estar muy mal.
—No es mi novia —respondió Blake sin rodeos.
Para él, Reese era solo una colega, tal vez una amiga. Podía notar lo