Ella sonrió y negó con la cabeza. Podía ser muy tonto si quería, pero sabía perfectamente que no era así con nadie más. Reservaba sus momentos más vulnerables para ella. —¿Esas son tus pijamas?
—Claro. No te voy a dejar sola en esta cama. —Se había puesto una camiseta y unos pantalones cortos de baloncesto. Cómo le encantaban esas piernas largas y esbeltas—. Creo que veremos películas malas toda la tarde. No me he escapado del trabajo desde hace... bueno, muchísimo tiempo, creo.
—Sabes, creo que ahora solo quiero hablar. Quizá echarme una siesta.
Ella se metió en la cama y él hizo lo mismo, de lado. Era una situación extraña, sin saber realmente cómo estaban las cosas entre ellos. Ella sabía lo que sentía: él había disipado sus dudas sobre si lucharía por ella. Y había estado allí con ella en la consulta del médico, tomándola de la mano. Incluso había llorado con ella, en aquel momento en que esperaban noticias sobre el bebé. Ella supo entonces que su amor por él nunca había desaparec