CAPÍTULO 23. Un juego que no puedes ganar

Él parecía una estatua. Allí, en la oscuridad del salón, casi a las tres de la madrugada, a Kali le pareció que era una estatua muy bonita.

Elliot cerró la puerta con un gesto de desconcierto. Abrió la mano, y de uno de sus dedos quedó colgando el pequeño triángulo de encaje negro.

—¿Kali…? —su voz vibraba profundamente, como si tuviera una cueva en la garganta—. Kali ¿qué diablos es esto…? —preguntó sin poder creerlo.

—¡Ups! —se rio ella dando pequeños pasitos hacia atrás, pero por más que intentaba pensar, parecía que no podía hilvanar una respuesta completa.

—¡¿Te acostaste con el sacafotos?! —rugió Elliot sin poder contenerse.

—Emmm… ¿no?

¿¡Chispitas!? ¿¡Chispit

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