—¡Guau! Tu coche y tú hacen juego. Le di un codazo al oso furioso. —Me tapo la boca para ocultar la risa que ahora intenta escapar desesperadamente de mi pecho. Pero todo lo que dijo es verdad, todo. Estoy de acuerdo. Pero por un momento se puso gruñón.
—Diablos, ¿sabes de qué me acabo de dar cuenta?— dice con cara seria.
—¿Qué es eso?—
Me he convertido en mi padre. Es oficial.
No lo puedo contener más y me echo a reír a carcajadas.
Se inclina sobre mí y alcanza la manija de la puerta. —Deja de reírte o lárgate, Sra. West. Si sigue así, tendré que ponerte sobre mis rodillas y azotarte—.
Mi risa se detiene en seco y miro hacia abajo para encontrarme con sus ojos, ahora a la altura de mis pechos.
Se acerca y me toma la cara con las manos, luego me acaricia el labio inferior con el pulgar. Tengo ganas de abrir la boca y chuparle el dedo. No lo hago, pero lo deseo con todas mis fuerzas.
Tanto, tanto. Y quiero que siga tocándome.
Sus ojos se oscurecen, haciéndolos parecer diamantes negros.