Al día siguiente cuando llegue a la empresa ya Claudine estaba allí, y en mi escritorio había un enorme ramo de rosas blancas.
Claudine se levantó de su silla y corrió a mi, se puso de puntillas y me dió un beso en los labios.
— ¿Te gustan? — Me preguntó emocionada.
— Están preciosas — Le contesté.
Ella se separó de mi y me presumió su bolso. yo me reí un poco.
— Te queda precioso — Le dije.
Hoy ella se veía más feliz, más resplandeciente más hermosa.
— Deberías comprarme un Birkin, o otro Mini Kelly en un color diferente — Me sugirió.
Yo volví a mirar el pequeño bolso negro y recordé todo lo que hice y lo que gaste por conseguirlo.
— No, con ese es suficiente — Le dije.
Ella volvió a acercarse a mi y me abrazo, me miró a los ojos y batió sus pestañas.
— No vas a convencerme. no soy tu padre que te cumple cada uno de los caprichos — Le dije.
Ella volvió a ponerse de puntillas y está vez lamió mis labios.
Yo me quedé sorprendido por lo audaz de su movida, ¡pero me encantó!
— Por favor,