La observé desde aquel punto, después de una cena más que interesante de comida tailandesa, que a ella le pareció una buena idea traer. Conocía bien mis gustos, y eso me gustaba, que supiese tanto de mí.
Estaba preciosa con el cabello sobre la cara, hondeándose como una bandera. Sabía que aquella comparación le había hecho gracia, y me encantaba hacerla feliz.
La ayudé a recoger la cena, tirando lo que había sobrado a la basura, y juego cuando terminó agarré su mano y la atraje hasta mí.