Amor y licor, mala combinación para el despecho

—¿Mi amor? —ronronea Mariah, como suele hacerlo luego de darle buen sexo a Miguel, cuando desea que le cumpla alguno de sus caprichos.

—Dime mi reina —se voltea a verla, mientras se coloca los pantalones, apurado por la hora.

—¡Quiero ir a la peluquería! ¿Será que me transfieres money?

—Mi amor, sabes que aún no cobro. Todo lo que ne queda es para pagar el alquiler de la casa. —la respuesta de negativa de él, la exaspera a tal punto, que como si lo tuviese ya pensado, se levanta abruptamente de la cama, cubriéndose con la sábana aún húmeda del sudor que su cuerpo y el de su marido habían destilado recientemente.

—No puedo creer de verdad, te la pasas trabajando día y noche, no paras en casa y nunca tienes una m*****a moneda encima. —Miguel baja el rostro, cada vez es más difícil mantener los gustos y caprichos de su mujer.

—¿Cómo quieres que haga? Todo lo que gano prácticamente te lo doy y aún así, siempre me pides más Mariah.

—¿Sabes qué? Para que no tengas que trabajar tanto y andar sin plata encima, ¡esto se acabó!

—¡No te molestes! —le pide en un intento por evitar una confrontación y que ella finalmente cumpla con su amenaza de dejarlo para siempre. Se acerca a ella y la toma de la cintura, pero ella lo empuja con fuerza.

—No me toques Miguel, estoy mamada de que quieras culparme siempre de tu pobreza, me cansé ¿me entiendes?

—¿No hablas en serio, verdad?

—Pues fíjate que sí —Miguel la mira sorprendido. Pero cuanto intenta disuadirla de su decisión, recibe la llamada de su jefe. Duda en responder, pero termina atendiendo.

—Sí, señor, dígame —Hace una pausa— Ya voy rumbo hacia allá.

Sale de la habitación apresurado, mientras abotona su camisa, que dificilmente logra hacer coincidir con los ojales.

—¡Mierda, m****a! —Pasa las manos por su cabello castaño claro, y respira profundamente; él sabe que si algo no soporta el prestigioso y multimillonario James Hanks, es tener que esperar por alguien.

Miguel sube al auto, conduce a toda velocidad hasta la mansión de los Hanks. Lleva más de tres años trabajando con aquel hombre, luego de que tuviera que abandonar su trabajo de mecánico para poder darle una vida decente a Mariah.

—¡Mariah! —repite su nombre; ahora le parece imposible creer que luego de tres años viviendo juntos, ella venga a decirle que lo dejará sólo por ser un pobretón. Aún recuerda cuando la conoció.

Mariah era una mujer hermosa, morena, de cabello oscuro y ojos grandes, buen cuerpo y muchas ganas de vivir en una mansión. Él lo supo desde el primer momento. ¿Pero quien no sueña con tener al lado una mujer como ella y lograr enamoraría? Él, sólo él. Porque ella, sólo lo miró como una oportunidad de vivir dándose lujos, sin trabajar.

—¿Estás seguro que nunca me faltará nada? —pregunta, mientras desliza su mano por el pecho esculpido de Miguel.

—Claro que sí mi amor. El taller que tengo es mío.

—Pero detesto el olor a gasolina y grasa.

—¿Qué quieres que haga por ti? Dímelo y yo te complazco.

—Busca un mejor empleo, donde estés bien vestido y dónde yo pueda ir de tu brazo, sin ser señalada como la “mujer del mecánico” —Recalcó esta última frase con un mohín de repugnancia.

En ese instante y como por obra divina, Miguel recordó que uno de sus clientes más importantes, estaba en busca de chofer. Aquel trabajo era bien pagado y no estaría sucio de grasa y gasolina. Si algo tenía el pobre Miguel, era que se esmeraba en darle todo a la mujer que estuviese a su lado. Fue así como empezó a trabajar para James Hank, el dueño de la prestigiosa franquicia de autos importados, de lujo.

Salió de sus pensamientos, cuando la luz del semáforo cambió y oyó detrás de él, la bocina insistente de la fila de autos que esperaban por él. Sacó su mano, intentando calmarlos, mientras ponía en marcha su auto. No faltó quien pasando a su lado, le recordará a Micaela, su adorada madre, quien había muerto años atrás cuando apenas era un chico de diecisiete años. Ahora ya tiene veinticinco y cuando por fin cree que su vida está hecha, ocurre el caos, su novia, su mujer de hace tres años, está dispuesta a abandonarlo.

Baja del auto, camina rumbo a la entrada principal de la imponente mansión, cuya arquitectura es realmente vanguardista. Toca el timbre y la puerta se abre, del otro lado está la sirvienta, quien al verlo, sube ambas cejas y hace una mueca con la boca.

—Entra ya, el Sr Hanks está esperando por ti, desde hace varios minutos.

—No pude llegar antes… —Intenta justificarse, pero la mujer se lo impide.

—No me des explicaciones a mí, Miguel. Ve con el patrón o serás uno menos en la nómina de empleados.

Miguel asiente, camina hasta la biblioteca donde supone está su jefe. Sonríe mientras se dirige hacia allá. Era tan irónico que todos los empleados de James Hanks fuesen profesionales y aún así trabajaran en algo distinto a su profesión. Él, era técnico en mecánica, Margaret era licenciada en administración y trabajaba de sirvienta, Hermes, el jardinero era ingeniero en ambiente y por si fuera poco, el vigilante Tomas, era ex jefe de seguridad del gobernador.

Toca a la puerta, escucha la voz apacible y varonil de su jefe, aquello suena muy preocupante, sabe que cuando James habla con mayor tranquilidad, es cuando realmente está por estallar. Su carácter era bastante previsible, y Miguel ya lo conocía de sobra. Entró y lo primero que hizo fue disculparse.

—Señor había un poco de tráfico en la vía, por eso tuve que retrasarse —mira su propio reloj, asegurándose de que aún no habían pasado más de diez minutos.

—No me des explicaciones Miguel, no son necesarias. Bien sabes que me irrita esperar por alguien. —Hizo una pausa— Pero, estás de suerte, porque mi socio acaba de avisar que no podremos reunirnos, sino en una hora.

Miguel tragó en seco. ¿Suerte? Piensa. Ya había rezado tres padre nuestros y diez ave María, para que James Hanks no lo despidiera. Ser botado dos veces, sería el colmo de su mala suerte y su desgracia.

—Sírveme un trago —le ordenó— Toda vez que planificó algo y no sale como deseo, debo hacerle creer a mi mente que está todo bajo control, sino me pongo ansioso y es lo que menos deseo. Ya es suficiente, con que Estefanía me haya enviado a su abogaducha para desestimar la anulación de nuestro matrimonio. —Miguel lo escuchó, mientras servía el whisky escocés seco y doble para su jefe.

—¡Mujeres! —murmuró.— Realmente son como zanguijuelas que no buscan sino chuparte la sangre y luego, cuando ya no le sirves te botan.

—Wow! Alguien por aquí como que suena a despecho. —comentó James, al escuchar las palabras de indignación con las que se expresaba su chofer.— Sírvete uno y así me acompañas.

Miguel se detuvo a pensar, si debía o no hacerlo, pero lo necesitaba, necesitaba sentir aquel sabor amargo en su boca, que le hiciera recordar que había cosas menos dolorosas que el abandono de la mujer que amaba.

Accedió a tomar un trago, mas la conversación se tornó tan amena, que fueron luego, dos y tres. Hasta que James como autómata, se percató de que ya pronto sería la hora de su reunión con uno de sus clientes más importantes.

—Deja eso y vamos. En quince minutos debemos estar en el restaurante. —Miguel se levantó rápidamente, se arregló la camisa y salió.

Salió detrás de su jefe, le dio alcance para abrirle la puerta principal y luego la del lujoso Mercedes Benz GLA color plata. Catorce minutos después, estaban frente al lujoso restaurante francés “L’exquisité”. Miguel bajó del auto para abrirle la puerta del coche. James bajó, se acomodó el elegante blazer gris y se dispuso a entrar.

En tanto, Miguel regresó a su puesto. Mientras recordaba todos los momentos vividos con su amada Mariah, las lágrimas se enjugaron en la cuenca de sus ojos, a punto de derramarse. Aunque él trató de ser fuerte, no podía ocultar su tristeza, Mariah era su reina, todo por lo que luchó durante esos tres años. ¿Cómo podía acabar todo en apenas minutos? No era justo. Debía haber una manera de convencerla de continuar juntos. Tomó su móvil y comenzó a llamarla, mas ella no contestaba, optó entonces por enviarle un par de mensajes: “Mi amor, espero que cuando llegue esta noche, podamos hab… borró el mensaje y volvió a reescribirlo, pero cada vez que lo hacía, su ego lo confrontaba ¿Piensas rogarle Mick? Deja ya de implorar un poco de amor.

Se debatió entre su deber y su querer por algunos minutos, terminó ganando su querer y entonces le dejó grabado un audio: “Chiquita, te amo. Cuando llegue te invito a…”

No pudo terminar la frase, cuando vio a través del vidrio de frente, vio a la hermosa mujer bajando del auto estacionado al lado del suyo, acompañada de un hombre bien vestido y de edad suficiente como para ser su abuelo. Miguel no alcanzaba a creer lo que sus ojos veían, era Mariah e iba del brazo de aquel viejo millonario.

No había vuelta atrás, Miguel debía aceptar lo más difícil de todo, su mujer no lo amaba, nunca lo amó. Las palabras de su jefe eran verdad, “Somos sólo seres de conveniencia” costaba aceptarlo, sí. Creerlo era ya doloroso. La hermosa morena miró hacia atrás y se encontró con la mirada de su ex. Sin esperarlo, ella sonrió y rodó los ojos para luego acariciar el cabello grisáceo de su sugar daddy.

¿Qué debía hacer? Luchar por ella, enfrentar a aquel hombre, o simplemente darse por vencido. La segunda opción era la más viablee, porque él no estaba luchando contra otro hombre para no perderla, estaba luchando contra la cuenta bancaria de su adversario y sobre todo con la ambición desmedida de la mujer que amaba.

Finalmente, James salió, Miguel bajó del coche para recibirlo. Por lo visto su jefe, estaba algo tomado, se veía risueño y torpe en su hablar que usualmente era prolijo y bien cuidado.

—Mi amigo Miguel, que le parece si vamos a tomarnos unas copas al bar del prestigioso Manhattan Square.

Miguel lo miró con asombro, normalmente James era reservado y tranquilo; mas él no estaba allí para juzgarlo, sino para obedecerlo.

Llegaron al lujoso bar, James pidió una botella de tequila, se veía muy contento ¿Qué lo tendría así?

—Quiero brindar por el gran acuerdo que firmé y sobre todo por la gran noticia de mi abogado, Estefanía aceptó la demanda de divorcio —levantó el shuter y brindó con Miguel.

Era tan absurda la vida, mientras aquel multimillonario festejaba por divorciarse, él lloraba por dentro al tener que separarse de Mariah. Después de beber lo suficiente, regresaron a la mansión, Miguel llevó a su jefe y regresó en su auto hasta su casa, la casa vacía que ahora lo esperaba. Como suele ocurrir en la mayoría de los casos “Amor y licor son mala combinación” terminó llamando y rogándole a Mariah que volviera. Pero ella no iba a arriesgar su futuro por un hombre pobre.

—Lo siento, es mi decisión, respétala.

Sus palabras y la firmeza con las que las dijo, le hicieron ver a Miguel que aquello era el final. Entre lágrimas y licor se juró esa noche, convertirse en millonario y nunca más dejar que ninguna mujer lo abandonara por ser pobre.

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