—¿Entonces... ya no hay vuelta atrás?
Nelson aún no quería rendirse. Volvió a insistir, con la voz apenas sostenida por la esperanza.
Elsa no dijo nada, pero ese silencio... ya lo decía todo.
Ese silencio fue lo último de ternura que Elsa le dio.
No es que no pudiera decirle que no. Lo que no sabía era cómo irse sin romperle el corazón.
—Ya entendí —murmuró Nelson, bajando la cabeza. Al fin, se rindió.
Elsa lo ayudó a incorporarse y sacó de la bolsa de su bata una cinta de casete.
Nelson la reconoció en cuanto la vio. Era el primer regalo que Elsa le había dado: una grabación con sus canciones favoritas.
Pero él, al enamorarse de Ivana, queriendo cortar todo lazo con Elsa, se la había devuelto junto con la grabadora.
Fue, sin duda, la decisión que más lamentó en su vida.
Después, al no encontrar la cinta por ningún lado, pensó que Elsa la había destruido junto con todo lo que le recordaba a él. Nunca imaginó que ella la había guardado todo ese tiempo.
—Debí haberla quemado —dijo ella,