Son cerca de las cuatro de la madrugada y, a esta hora, no he logrado pegar ni un maldito ojo. Me paso las manos por la cara, debido a la gran tensión que me embarga desde que supe que mi semen había sido robado del centro de fertilidad y usado para inseminar a otra mujer que no era la mía.
¡Maldita sea! Frustrado y lleno de coraje, saco las piernas de la cama y me siento al borde del colchón. Apoyo los codos sobre mis rodillas y dejo caer el peso de mi cabeza en las palmas de mis manos. Mi cabeza no ha parado de darle vuelta a asunto desde que me enteré de todo.
―¡Joder! ¿Qué voy a hacer si descubro que hay una mujer embarazada de mi hijo? Peor aún, ¿qué pasará si descubro que está casada y que ese niño ya es una realidad, tiene vida y unos padres que lo aman?
Sacudo mi cabello con desesperación. La situación es más que compleja y complicada de lo que esperaba, sobre todo, porque hay una víctima inocente de por medio que será el más afectado y que nada tiene que ver con las equivo