Paulina
Un golpe suave. Segundos después la puerta se abrió antes de que pudiera cambiar de idea.
—¿Lista? —preguntó Max desde el umbral, con esa voz que me daba más confianza de la que realmente sentía.
No lo estaba. Pero asentí igual.
Vestía unas calzas negras y una camiseta amplia que Magda me había dejado sobre la cama junto con una nota que decía “Para tu primer día de entrenamiento. Te verás hermosa, incluso toda sudada”. Me hizo sonreír. Necesitaba eso.
Bajamos por el ala oeste de la casa hasta un salón amplio y silencioso, con ventanales que dejaban entrar la luz de la mañana.
Había colchonetas, mancuernas, sacos colgados, pero todo limpio, ordenado... como si nadie más lo hubiera tocado.
—Esta sala es solo tuya —me dijo mientras entrábamos—. Nadie más va a entrenar aquí.
—¿Y tú?
—Yo vengo contigo —respondió.
Nos quedamos un momento en silencio, parados frente a las colchonetas. No sabía por dónde empezar. Max tampoco, al parecer.
Se frotó la nuca con la mano y me miró como s