CAPÍTULO 78.

El aire olía a ceniza y tierra mojada. Lina, con las mangas arremangadas y las manos manchadas de barro y sangre seca, pasaba de herido en herido sin detenerse. Vendaba cortes, limpiaba heridas, ofrecía palabras de aliento aunque su corazón estuviera tan roto como el de todos. El claro del susurro ya no era el mismo. Las raíces expuestas, los árboles caídos, los gemidos ahogados… todo hablaba de la tragedia reciente.

Kael apareció entre la neblina del amanecer. Caminaba con los hombros caídos, la mirada perdida, los pasos lentos. Cuando Lina lo vio, sintió que el alma se le oprimía. Dejó el recipiente de agua junto al joven que atendía y se acercó a él.

—¿Kael? —preguntó con un hilo de voz.

Kael levantó los ojos, y en ellos no quedaba rastro del líder que todos conocían. Solo cansancio. Solo dolor.

—¿Lo encontraron? —se atrevió a preguntar ella.

Él negó con la cabeza, con una lentitud aplastante.

—No… ni rastros, Lina. Es como si la tierra misma se lo hubiese tragado. —la voz se le qu
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