—¿Qué demonios fue eso?—gruñó Brenda, con la voz quebrada entre furia y pánico. Ahora sí estaba perdida, atrapada como una rata en un rincón sin salida. Su cuerpo dejó de pertenecerle; cada músculo se volvió una estatua húmeda y fría. Intentó moverse, intentó siquiera respirar con normalidad, pero nada obedecía. Solo sus ojos seguían vivos, recorriendo el entorno con desesperación, como dos faroles encendidos en medio de la noche. Aquella malla que le habían lanzado encima parecía apretarle el alma misma. Sentía cómo su aliento se volvía cada vez más débil, cómo la sombra de la inconsciencia se acercaba sigilosamente, lista para apagarla de un momento a otro.—¿Eso?—la voz resonó como un trueno en una cueva—. Chiquilla inútil… ha sido tu condena más grande.Era una voz masculina, grave, pesada como una losa. Brenda la reconoció al instante, y ese reconocimiento fue peor que cualquier golpe; era una voz imposible de olvidar, una que aún podía perseguirte, incluso dormida.Y entonces, la
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