AMBER PIERCENo supe cuánto tiempo me quedé frente al sartén, viendo el panqueque crudo y burbujeante, mientras pensaba en pulverizar algo de nuez. Entonces escuché las risas desde el comedor, la voz tintineante de Karen era armónica, pero en mis oídos se escuchaba como rasguñar una pizarra. Ayudada de algunas sirvientas, tomé los platos y salí de la cocina, con lo poco que me quedaba de dignidad palpitando en mi cabeza mientras pensaba que no tenía motivos para molestarme. Esta no era mi casa, él no era mi esposo de verdad, no debería de importarme lo que hiciera y dejara de hacer, ni con quien. En cuanto llegamos al comedor, casi se me caen los platos de las manos. Karen estaba haciéndole gestos a Jeremy, mientras este la veía con desconcierto. —Es un bebé encantador —dijo con singular alegría—. ¿Lo puedo cargar? El corazón se me detuvo. —Claro, es un buen niño —contestó Byron con esa condescendencia que tanto me molestaba, porque solo la usaba con ella. —La comida está lista.
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