71. Poniendo los puntos sobre las íesLeonardoLa sangre huyó de mi rostro cuando Magnus soltó la bomba. Pero fue solo por un instante, antes de sentir la ira explotar dentro de mí, quemando como fuego. Era una furia que no sentía hacía años, algo tan visceral que mis manos temblaban."¿Dónde está?" mi voz salió como un gruñido, mientras mi sangre alternaba entre hielo y fuego."Encerrada en el cuarto de la suite, señor." Magnus se mantenía estático mientras yo procesaba esa información."¿Y los niños?""En la piscina con las niñeras. Pensé que era mejor mantenerlos distraídos hasta...""Bien." corté. "Mejor así." hablé dirigiéndome al ascensor y Magnus me siguió.Me detuve girándome hacia él. "Quédate con ellos. Compra lo que quieran, haz lo que pidan, pero mantenlos lejos hasta que resuelva esto.""Señor, ¿qué pretende...?" tenía una expresión extraña. "Creo que es mejor...""No es de tu incumbencia, Magnus. Haz lo que te mandé." mi tono no dejaba espacio para discusión. "Solo avísa

LeonardoMi cabeza aún latía, los nudillos pulsando en sincronía con la rabia que intentaba domar. Subir de nuevo a la suite era el último lugar donde quería estar, pero cuando Magnus avisó que habían llamado al mantenimiento, imaginé lo peor. Tal vez Amber hubiera destruido todo, dando continuidad al caos que ya habíamos vivido. Parte de mí quería quedarse en la oficina, enterrado en reuniones y contratos. Pero otra, una parte terca e incómoda, quería asegurarse de que ella estuviera... bien.El ascensor parecía moverse demasiado lento, cada piso aumentando mi nerviosismo. Cuando finalmente la puerta se abrió, lo que vi me desarmó. Nada estaba roto, ninguna tormenta me esperaba. Solo una pequeña mancha en la pared, discreta, pero inconfundible: sangre que sabía que ya había sido limpiada por alguien y el papel rasgado, pero no insustituible.Amber estaba en el sofá con los niños, que reían con una energía que parecía casi fuera de lugar respecto a la tensión que yo sentía. Bella fue

75. DisparosLeonardoAtendí el teléfono por puro reflejo, pero en cuanto oí la voz estridente de Martina, me di cuenta de que había tomado la decisión equivocada. Aun así, era mejor que enfrentar los ojos llorosos de Amber en ese momento, ojos que me hacían querer mandar todo al infierno y simplemente abrazarla y besarla hasta que todo el malentendido entre nosotros se disipara."¿Cómo que no puedo subir?" gritó Martina del otro lado de la línea. "¡Estoy en la recepción y estos incompetentes no quieren dejarme pasar! ¡Soy tu novia, esto es un ultraje!""Eso es exactamente," no pude contener la risa amarga. La palabra 'novia' ahora tenía un sabor extraño en la boca. "No vas a subir.""¡No puedes impedirme ir a tu cuarto! ¡Aún soy tu...!""Puedes quedarte en cualquier cuarto del hotel, Martina," corté sin paciencia; mi voz salió más dura de lo que pretendía. "Menos en el mío. No te quiero allí.""Es por esa mujer, ¿verdad?" su voz destilaba veneno. "¡De ella y de esos mocosos!"Reí de

Peter"¡Leonardo Martinucci, alcanzado! ¡Finalmente, ese bastardo sintió el sabor del miedo!" La carcajada resonó antes de que pudiera contenerla. Me recliné en la silla de cuero, cruzando los pies sobre la mesa. Cada detalle de la noticia era un regalo.Moris, mi abogado, me miraba desde el otro lado de la mesa de caoba; su rostro fruncido en preocupación. Pero no me importaba; la sensación de victoria corría por mis venas como champán."¡Qué día glorioso!" golpeé la mesa, haciendo que los portarretratos temblaran. "¡Ese bastardo está pagando por haberme dejado unas horas en la cárcel! ¡Unas horas! ¿Cómo se atreve?""Señor Calton," Moris ajustó su corbata, claramente incómodo. "¿Cómo vamos a lidiar con la prensa? Los reporteros van a...""¿Van a qué?" corté, aún sonriendo. "¿Pensar que fui yo? ¿Y qué? Ese es tu problema, Moris. Tuyo y del equipo de prensa. Resuélvelo y, además, ¿quién puede probar algo? Él recibió un tiro. No fui yo quien jaló el gatillo.""Lo ideal sería que el seño

LeonardoEl mundo volvió en fragmentos confusos. Primero vino el olor a hospital, antiséptico y artificial. Después, el dolor en el brazo izquierdo, una quemazón constante que pulsaba al ritmo de mi corazón. Intenté moverme y descubrí que estaba inmovilizado.Abrí los ojos despacio, parpadeando contra la luz tenue del cuarto. Lo primero que vi fue a Martina durmiendo en un sillón cercano a la cama. Su cuello estaba en un ángulo extraño; el vestido rojo arrugado. La visión me trajo sentimientos contradictorios: rabia por no ser quien quería ver allí, alivio por saber que no estaba en el hotel causando problemas a Amber."Martina," mi voz salió ronca. "Martina..." esperé hasta que se moviera.Se despertó asustada, tardando un momento en orientarse. "¡Leo! No te muevas mucho," se levantó, arreglando el cabello."¿Qué hora es?" hablé ignorando su comentario."Son las cuatro de la mañana." habló mirando el celular.Asentí despacio; la cabeza aún pesada por los medicamentos. "¿Por qué no fu