—Mi amor, tienes que estar tranquilo, no te agites —Rubí estaba en el cuarto con Sebastián, él la miraba fijamente—. Todo  va a estar bien, tu mamá dice que en un par de días te vas a casa, allí te cuidaremos, los ejercicios que te hacen acá, tendremos que hacerlos allá, yo te ayudaré, estaré todo el tiempo contigo.Rubí se acercó y le dio un beso en la frente a Sebastián.—Te amo, mi amor, siempre voy a estar a tu lado, no dejaré que nada nos separe.Sebastián cerró los ojos, ella no era la mujer que amaba, a pesar de estar siempre con él, incondicional en su amor, no podía amarla, su único amor era Sarah y la había perdido para siempre.—Te traje un café —dijo Lidia a Rubí, entrando al cuarto.—Gracias —contestó ésta, recibiendo

El testamento se leyó en la clínica, ya que debían estar todos presentes y a Sebastián le faltaban un par de días todavía para irse a casa.Sarah no quería ir, pero uno de los requisitos de la lectura del documento era, precisamente, que estuvieran presentes: la familia de Miguel, Sarah, Nicolás, Rubí, Rosa, Juliette y Álvaro.—Voy a proceder a leer el Testamento de Miguel Vicuña…Comenzó a decir Diego, sabía que lo que él leyera, causaría revuelo en la familia Larraín.Y así lo hizo.Primero, como corresponde, la Mitad Legitimaria, a Lidia y a sus hijos. Sin novedad.La Cuarta de Mejoras se la dejó a Lidia, su amada esposa, como constaba en el testamento. Tampoco era novedad.Donde sí la hubo fue en la Cuarta de Libre Disposición:La Cuarta parte de su empresa, a Sarah. Con lo

Nicolás. ¿Qué puedo decirte? Eres la persona que mi hijo necesita en su vida, sé que al principio no me tomé muy bien su relación, luego acepté a regañadientes esta situación, pero ahora sé que todo lo que yo tenía, eran sólo prejuicios. Estoy seguro que mi hijo no está solo en estos momentos y te agradezco por ello. No se avergüencen, su amor no tiene nada de malo. Rubí, sólo quiero que te alejes de Sebastián, eres una mala mujer, no respetas a nadie. Ni siquiera a mí. Nunca me atreví a decir esto, Sebastián estaba muy dañado pensando que Sarah y yo teníamos algo, como para decirle que tú, la que suponía incondicional, quiso meterse a mi cama. Eres una niña y no podía verte de otra forma, pero tú no me veías como el hombre mayor que soy y no te importó ni Sebasti&

Sarah miró a Álvaro un momento. Estaba por la ventana mirando hacia afuera pensativo, tenía un montón de papeles en su escritorio, desordenados, algunos en el suelo, como si en un ataque de ira, los hubiera lanzado lejos. Terminó de entrar al despacho y se acercó suavemente.—¿Y tú?, ¿no deberías estar durmiendo?Sarah se sobresaltó y lo miró confusa. Él se volvió y sonrió.—¿Cómo supiste que era yo?—Estaba frente a un ventanal —se acercó y acunó su cara con sus manos, mirándola con detenimiento—, te vi en cuanto entraste.Ella sonrió avergonzada, poniéndose roja.—Me encanta cuando te sonrojas —la besó con intensidad, siendo correspondido completamente.—A mí me gusta cuando me besas —susurró jadeante.<