41. Nada importaba mas que su hijo y su mujer.
Sarada entró a la casa arrastrando los pies, agotada. El silencio de la gran casa, ahora que su pequeño niño no estaba, la envolvía como un abrazo frío. Se dejó caer en el sofá, cerró los ojos unos instantes, pero pronto se levantó: necesitaba una ducha urgente, necesitaba despejar su mente, dejarse llevar por el agua caliente y pensar en nada. Aunque, claro, eso era imposible.Mientras el agua recorría su cuerpo cansado, los pensamientos comenzaron a martillarla sin piedad. Recordaba las crueles palabras del primo de Khaled... Ahora todo cobraba sentido: Khaled había estallado en furia, la había humillado, tratado como si no fuera más que un mero entretenimiento pasajero. Le dolía en el alma que él creyera que ella había sido capaz de traicionarlo, de compartir su cuerpo con otro. ¡Jamás! Si algo estaba claro para Sarada era que su amor por Khaled había sido y seguía siendo absoluto, verdadero, inquebrantable.Entre sus recuerdos, la escena de su primer encuentro con él brilló como u
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