[ARI]Por primera vez en mucho tiempo, al abrir los ojos, una sonrisa yacía dibujada de manera natural y automática en mi rostro.Mis días eran iluminados por mi pequeño Tyler, y saber que pronto podría hacer que conociera a su papá, que con tanto amor lo había esperado, me llenaba de dicha.Sin embargo, ese día no comenzó como hubiera deseado que comenzará.Una tormenta amenazaba con caer sobre todo Londres y los vientos, desde temprano, eran tempestuosos.Algo en el pecho me decía que no debía ir a trabajar, y llegada la hora de despertar a mi bebé, darle su desayuno y dejarlo listo para comenzar un nuevo día, me llamó la atención ver que tenía las mejillas bastante rojas.Mi corazón, mi pecho, mi estómago, ¡todo! Dolió de solo imaginar lo peor.Lo tomé en brazos y estaba hirviendo.Casi me corto cuando mis lágrimas empezaron a desbordar de mis ojos cual cascada, al ver que por más que le hablaba no despertaba.Mi primera reacción, y hasta este momento no sé si fue la mejor, fue qui

Eché la cabeza hacia atrás y caí débil ante sus movimientos con su lengua. Pasó de un beso a otro, mordisqueó mis pezones y luego subió sus besos de nuevo a mi cuello.Mi ropa había desaparecido, mis ganas no y él lo sabía. Le quité el pantalón y el bóxer con premura y luego me senté sobre sus piernas de nuevo, de frente, rodeando su cuello con mis brazos. Estaba húmeda, estaba lista y tenía el corazón a punto de explotar.—No esperes a que después de esto permita que te vuelvas a ir.—Entonces… no me sueltes, amor.—¿Lista?Asentí, fundiendo mi pecho al suyo y dejando que las mariposas en mi vientre se desataran.Fue solo un instante… solo un momento, pero fue…Mordí mis labios, apreté mis piernas y hundí mi frente en su hombro, sintiendo la estocada que llegó pronto a poseer el territorio que ya le pertenecía. Me tardé en recuperar el aire. Ya con solo eso estaba viendo lucecitas. Una segunda estocada llegó y tuve que hacer un esfuerzo para no gritar. Me apreté más a él y traté de m

(CONTINUACIÓN)Tomé aire, respiré tres veces, conté hasta diez y con mi mano cubriendo mi boca, Sollocé.—Se hizo un operativo el día de tu boda con Elena. Fui a buscarte, claro que lo hice. Fui con la prueba de embarazo en la mano porque estaba dispuesta a luchar por esto, por nosotros… y escuché cuándo aceptaste. Pude detenerla y no lo hice y… luego Rávena… Rávena me encontró a la salida de la capilla y me llevó a su auto, me dijo que Eva era su sobrina y que había sido su cómplice todo ese tiempo. Ella era su informante —su mirada seguía puesta en él piso. De vez en cuando me miraba con atención. Sus ojos estaban húmedos, las lágrimas bajaban por sus mejillas sin detenerse y me sentía culpable por ser yo quien le provocaba ese dolor. No dijo nada. Escuchó atento cada palabra, su semblante era serio y por la forma en la que mordía sus labios podía asumir que se estaba guardando una que otra palabrota entre los labios. Suspiré y continué —. Luego Rávena escapó. Ya había matado a Eva

[CONTINUACIÓN]—Sí, de hecho hay algo —manifestó, rascando su barbilla —. ¿Crees que tu hermano quiere divorciarse de su esposa para pedir la mano de mi Ari?—¡Oye! ¡¿Qué…?!Lo miré incrédula, con un trozo de lechuga saliendo de mi boca abierta.A diferencia de la expresión que creería ver en el rostro de Daniel al voltearlo a ver, lo encontré sonriendo con sorna, sin despegar la vista de mi padre.De inmediato me envió una mirada furtiva de "Tranquila, lo tengo bajo control" desde su puesto y ni se inmutó.—¿Quiere que le responda eso?—Cuida bien lo que vas a decir. Soy psiquiatra y cualquier cosa que digas, puede ser usado en tu contra.—Eso lo dicen los fiscales, papá.—Sí, pero no puedes engañar a un psiquiatra tampoco.—En primer lugar: eso no va a suceder y si sucediera, no sería un problema para mí. La seguiría amando —mi padre puso sus ojos en blanco —. Con respecto a lo otro: ¿Un psiquiatra puede engañar a alguien? —Inquirió, juntando sus manos al frente, poniendo aquella ex

[Ari]Pasaron unos días después de aquella desubicada conversación de oficialidad con papá, donde todo había sido un verdadero caos. Daniel iba todos los días a casa a jugar con Tyler, siempre cuidando de que nadie lo siguiera. Cuando mi miedo se acrecentó y él se dio cuenta, dijo que esta vez Rávena no lo alejaría de nosotros y al día siguiente contrató a un ejército de guardaespaldas. Y no, no mentía. Había veinte hombres vigilando la casa y otros veinte cuidando los alrededores del hospital. Eso me pareció exagerado. Cuando se lo dije comenzó una especie de negociación.—Diez —le dije, pero él seguía insistiendo en que por lo menos dejaría veinte.Con reiteración dijo que no pensaba bajarse de ese número y yo tampoco estaba en una situación óptima para seguir discutiendo. Estábamos en el hospital, en medio de tres emergencias. Yo estaba dentro de la recepción, buscando los números de los parientes de las personas heridas y él estaba llenando el expediente de uno de los pacientes.—