La capilla privada de la mansión Savage era pequeña, íntima, construida con piedra oscura y madera noble. La luz se filtraba a través de los vitrales, que, extrañamente, no mostraban santos, sino patrones abstractos que pintaban el altar con tonos de azul zafiro y oro. El aire olía intensamente a cera y lirios blancos, como la pureza que contrastaba con la naturaleza de nuestros votos.Nunca me había sentido tan expuesta, tan vulnerable, y a la vez, tan amada. Mi vestido era de seda crêpe, cortado de forma sencilla para abrazar mi vientre de siete meses, con una capa de encaje que caía delicadamente sobre mis hombros y cubría dignamente mi cabeza que recién mostraba una pelusa dorada.Dalton estaba allí, al final del pasillo, esperándome.El camino con Darak a mi lado se sintió eterno, como un paseo por la línea del tiempo que nos había llevado hasta ese punto: la enfermedad, el riesgo de homicidio y, finalmente, la elección consciente de la luz. Cuando Darak me entregó a Dalton, no f
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