Seis semanas después del parto, Cassandra se despertó sin dolor por primera vez.No dolía moverse. No dolía sentarse. La cicatriz de la cesárea ya no ardía al respirar. Por fin.Isabella dormía en la cuna junto a la cama, respiración suave y constante. Cuatro horas seguidas ahora; un milagro para una madre exhausta. Tres mil cien gramos, mejillas redonditas y esos ojos grises que parecían analizar el mundo en silencio.Alessandro, trece meses, caminaba tambaleante por toda la casa como pequeño explorador. Doce señas en su vocabulario, incluida una nueva: “hermana”. Cada una le robaba una carcajada a Cassandra.La vida comenzaba a encontrar su ritmo. No perfecto, no ideal… per
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