Ellen.Los flashes eran constantes, las conversaciones incesantes. Los rostros pulidos por el maquillaje y el estatus se giraban con disimulo —algunos más descaradamente que otros— cada vez que ella daba un paso. El murmullo era tan evidente que se podía cortar con un cuchillo, y aún así... ahí estaba.Ellen ajustó el lazo de Nathan, que se sentaba a su lado en una sillita especialmente colocada entre Laura y Greta. El niño se agitaba inquieto por la música, pero no se despegaba de su osito de felpa. Alessandro, como siempre impecable, estaba a su izquierda. Cuando ella se tensó tras captar una mirada particularmente intensa, él deslizó la mano a su cintura y le dio una pequeña caricia que, más que tranquilizarla, le recordó por qué estaba allí.Por Nathan. Por ella misma. Por lo que habían construido.El lugar reservado por Derek estaba en primera fila, justo frente al centro de la pasarela. Una ubicación privilegiada, imposible de ignorar. Ellen no lo esperaba. Había asumido que est

Ellen. Dos meses. Habían pasado exactamente dos meses desde aquel desfile en Nueva York que no solo cambió la historia de Winston Couture, sino también la suya. No podía evitar sonreír cada vez que recordaba cómo Nathan, en medio del show, se rió al ver modelos desfilar con telas que le parecían "mantas raras", como decía él con su lenguaje de niño de dos años.Pero ese día no era para recordar el pasado, sino para mirar hacia adelante. La videollamada con Alessandro había terminado hacía apenas unos minutos y aún podía sentir la emoción vibrando en su pecho.—¿Un viaje a Italia? —preguntó Laura, entrando a la cocina de la casa en Seattle donde ahora vivían las tres junto a Nathan.—Sí —respondió Ellen, dejando la taza de café en la mesada—. Alessandro lanzará una nueva cosecha en Toscana. Y… quiere que nuestra empresa se encargue de la campaña de marketing. Sería una locura rechazarlo.—Una locura maravillosa —agregó Greta, que apareció con Nathan en brazos, el niño todavía medio do

Clara Winston. Clara observó por la ventana de su departamento, el skyline de Nueva York parecía una obra de arte inamovible, pero ella sabía que nada, absolutamente nada en este mundo, era inamovible.Mucho menos Ellen Grey.Su teléfono vibró sobre la mesa de mármol. Una notificación simple, cifrada. Su informante privado en inmigración le había confirmado el vuelo de Ellen rumbo a Florencia, Italia. No viajaría sola, claro. Alessandro Moretti. Clara apenas disimuló el desprecio que le provocaba solo pensar en ese nombre.Caminó descalza por el salón, vestida con una bata de seda negra, mientras sus dedos jugaban con una copa de vino blanco. Una sonrisa se dibujó en sus labios. No era felicidad… era anticipación.Ellen lo había hecho demasiado fácil. ¿Dejar a su hijo con Derek durante semanas? ¿Confiar en un hombre que aún estaba rodeado de enemigos que ella desconocía?"Qué ingenua eres…", pensó Clara.Se sentó frente a su laptop, encendió el dispositivo cifrado que usaba para los

Derek. Las mañanas ya no eran iguales.Antes, Derek despertaba en un silencio frío, con la rutina dictada por reuniones, llamadas y compromisos que parecían devorarlo todo. Ahora, en cambio, lo primero que escuchaba era la voz de Nathan llamándolo desde su habitación. A veces era un suave balbuceo, otras un grito emocionado porque había descubierto un juguete olvidado bajo la cama.Y Derek corría. Corría con una sonrisa en los labios que jamás habría esperado tener tan temprano en el día.Su departamento había cambiado. El orden impecable y casi impersonal había dado lugar a un caos adorable: bloques de colores esparcidos por la alfombra, pequeños dinosaurios escondidos en los cojines del sofá, dibujos con crayones pegados en la heladera.Era un desorden lleno de vida.Un desorden que, en realidad, era exactamente lo que siempre había deseado.Durante el día, Nathan se convertía en su sombra. Lo acompañaba a la oficina, se sentaba en su sillón giratorio y jugaba a “firmar” documentos

Ellen. La tarde en Italia había sido apacible.El sol caía lento sobre los viñedos y el aire tenía ese aroma dulce de las uvas recién cortadas. Alessandro había insistido en que descansara, que se regalara unas horas para sí misma, después de un día agotador entre reuniones y recorridos. Ellen se encontraba en la terraza de la villa, con una copa de vino en la mano y el celular apoyado a su costado.El sonido vibrante del teléfono la sacó de sus pensamientos. Al ver el nombre en pantalla, el corazón le dio un salto inesperado: Derek.Por un instante dudó en contestar. No era común que él la llamara directamente, no cuando solían coordinar todo por mensajes breves y claros acerca de Nathan. Algo en su interior se tensó, un presentimiento helado que le recorrió la espalda.—¿Derek? —respondió, tratando de sonar tranquila.Al otro lado hubo silencio. Luego, la voz de él llegó, ronca, quebrada.—Ellen…Su corazón se aceleró. Esa no era la voz segura, arrogante o contenida que solía escuc