Capítulo 52. Entre Ian y Alaric. Narrador omnisciente: El ambiente en el pueblo estaba cargado de tensiones que no se decían en voz alta. Desde que Aylin había vuelto con Alaric y los suyos después de lo ocurrido en la manada, todo parecía estar en una especie de equilibrio frágil. Los híbridos ocupaban el centro comunitario, los aldeanos habían aceptado esa nueva realidad a regañadientes, y en la cafetería las miradas cruzadas eran cada vez más constantes. Aylin había hecho lo que debía hacer, había curado al Alfa y había traído de vuelta a un hombre que estaba prácticamente muerto, pero el agradecimiento había sido mínimo. Eso no la sorprendió. Lo que sí la descolocaba era la forma en que su vida parecía dividirse en direcciones que no había previsto. Ian había estado más callado en los últimos días. No hacía comentarios hirientes ni buscaba discutir, pero se notaba en su expresión que algo le pesaba. Había compartido mucho con Aylin desde que ella llegó al pueblo: los días en lo

Capítulo 54. El ritual prohibido Pov Vivienne: La derrota fue un veneno que me recorrió entera. Todavía me cuesta creer que todo se me derrumbara en cuestión de días. Primero fue la humillación en el pueblo, frente a todos, cuando Aylin se atrevió a mostrar lo que tenía dentro y yo no pude aplastarla como debía. Después, la traición de Alaric, rompiendo nuestro vínculo públicamente y delante de toda la manada, tratándome como si fuera cualquier cosa. Y al final, el destierro. Me echaron de mi propio reino, como si yo fuera una cualquiera. Y lo peor de todo no fue marcharme, no. Lo peor fue ver en sus ojos el alivio, como si me hubieran quitado un peso de encima. No lo olvidaré. Ninguno de ellos me verá de rodillas jamás. Mis seguidores me acompañaron. Algunos por miedo, otros por lealtad ciega, y otros porque saben que conmigo siempre habrá más poder que con cualquier Alfa mediocre. Los traje hasta el Bosque Oscuro, el único lugar donde nadie se atreve a entrar salvo los que busc

Capítulo 56. El susurro del abismo. Narrador omnisciente: El fuego del ritual iluminaba la cueva con un resplandor enfermizo. El aire estaba cargado de un hedor metálico, como hierro oxidado y carne quemada. Vivienne, de pie en el centro del círculo de runas, sostenía el mechón de cabello de Aylin como si fuese una reliquia sagrada. —Que su esencia quede ligada a mi voluntad —susurró, dejando que las llamas devoraran lentamente el cabello manchado de sangre. El hechicero a su lado entonaba un cántico gutural. El mechón ardió sin convertirse en cenizas; en su lugar, un humo espeso ascendió, tomando la forma de una silueta femenina. Era Aylin, pero distorsionada, con ojos vacíos y boca ensangrentada. Vivienne sonrió con satisfacción. —Ahora puedo alcanzarla… aunque se esconda bajo tierra. A kilómetros de distancia, en el refugio de la manada híbrida, Aylin se encontraba con los demás, tratando de mantener la calma tras el ataque. Sin embargo, de pronto sintió un dolor agudo en la

Capítulo 58. El precio de la luz. El camino de regreso a la manada híbrida fue largo y silencioso. Alaric iba delante, mientras la anciana avanzaba tras él apoyada en un bastón retorcido. No había hecho falta convencerla demasiado: apenas escuchó el nombre de Vivienne y lo que había hecho con Aylin, decidió marchar con él sin protestar. Aun así, Alaric sentía el peso de la discusión con su padre como una losa sobre la espalda. Su mente volvía una y otra vez a esas palabras, al desprecio con que había llamado a Aylin “nadie”. Una furia ciega lo atravesaba, pero también una certeza: jamás volvería a permitir que alguien la tratara como alguien inferior. "Esta vez la protegeré, aunque tenga que cargar con la oscuridad yo mismo." ... Cuando al fin llegaron al refugio, Aylin los esperaba rodeada de la manada. Tenía los ojos, enrojecidos por el dolor de las visiones de Vivienne y la semilla oscura no ayudaba tampoco, sus ojos se iluminaron al ver a Alaric entrar con la anciana. —¿La

Capítulo 60. La promesa rota Habían pasado casi treinta días desde que Ian se había marchado y aun así, su recuerdo seguía persiguiéndome. Lo veía cuando cerraba los ojos, con esa sonrisa cansada que intentaba disimular. No era fatiga física, lo supe demasiado tarde. Era el desgaste de amar a alguien que no podía devolverle lo mismo. Yo lo necesitaba, sí, pero de otra forma. Necesitaba su compañía, su apoyo. Él quería mi corazón… y ese ya estaba marcado por un destino que no podía romper. La última noche que lo vi, lo entendió antes que yo. —Me iré a trabajar con mi hermano en la ciudad. No puedo seguir amándote en silencio mientras me consumo. Quise detenerlo, pero no lo hice. Lo único que hice fue dejarlo marchar, para que pudiera curar sus heridas, llevar una vida tranquila y, por qué no, ser feliz. El mensaje llegó casi un mes después. Una tarde sofocante, un hombre entró tambaleándose en el campamento. Estaba cubierto de polvo, jadeaba como si hubiera corrido durante días.