Capítulo 99. La confesión de Héctor El silencio en la casa se había vuelto un enemigo más. No era el mismo silencio pesado que siguió a la muerte de Martín, aquel que me oprimía el pecho como si me faltara aire; este era distinto, más denso, casi asfixiante. Cada rincón parecía murmurar recuerdos, cada sombra me devolvía las imágenes de lo ocurrido. Los días se me hacían eternos, y las noches eran aún peores: apenas dormía, y cuando lo hacía, despertaba empapada en sudor, con la certeza de que la oscuridad que había invocado seguía latente bajo mi piel, esperando a volver a salir. Mis hijos eran lo único que me mantenía en pie. Ian y Clara intentaban sonreír, intentaban jugar, pero yo veía en sus miradas las preguntas que no se atrevían a pronunciar. ¿Por qué mamá había gritado así? ¿Por qué esas sombras que daban miedo la obedecían como si fueran parte de ella? ¿Por qué papá no estaba allí para protegerlos? Y yo no tenía respuestas, o al menos no las que ellos merecían. Alaric, e

Capítulo 101. El discípulo del brujo Narrador omnisciente: El silencio tras la muerte de Martín no duró demasiado. Las cenizas todavía cubrían el suelo de aquella casa abandonada donde había caído, y el aire estaba cargado de ese olor extraño que deja la magia consumida cuando un cuerpo se reduce a polvo. Aylin no se había recuperado del todo. Seguía abrazando a Ian y a Clara como si temiera que alguien viniera a arrebatárselos en cualquier momento. Durante unos días, todo pareció más tranquilo de lo que realmente estaba. En la ciudad, los niños seguían asistiendo a la escuela, intentando tener una vida normal entre humanos que no sabían nada del peligro que acechaba. Nadie en las calles iluminadas con luces de neón habría imaginado que una amenaza antigua caminaba entre ellos. Pero Aylin lo sabía. Su instinto, esa oscuridad que todavía latía bajo su piel, le advertía que alguien más estaba al acecho. Y no se equivocaba. El brujo que había manipulado a Alaric no era un hombre

Capítulo 103. Almas entrelazadas Narrador omnisciente: El ruido de la ciudad era un disfraz perfecto: motores, voces, pasos, el cruce de luces de neón. Todo parecía normal, pero para Aylin ese mundo cotidiano se había roto en mil pedazos desde que Clara e Ian fueron arrancados de sus brazos. Su respiración seguía agitada, su cuerpo temblaba de rabia y miedo, y sin embargo sus pies no dejaban de moverse. Tenía que encontrarlos. Tenía que seguir el rastro antes de que se enfriara. Alaric caminaba a su lado, en silencio, con los ojos encendidos por el fulgor dorado de su lobo. No había reproches ni discusiones entre ellos, solo una urgencia compartida que los unía de una forma más fuerte que cualquier palabra. —No va a salirse con la suya —dijo él de pronto, con la voz ronca, más como un juramento que como una simple frase. Aylin lo miró de reojo. Su propio dolor reflejado en los ojos de Alaric la sacudió. —No —contestó, con la garganta cerrada—. Lo vamos a destruir. El rastro d

Capítulo 105. Oscuridad y sangre. Narrador omnisciente: El eco del derrumbe aún resonaba en la iglesia abandonada. El aire estaba cargado de polvo y ceniza, pero lo más opresivo era la oscuridad que se arremolinaba alrededor de Aylin como un huracán vivo. Sus ojos brillaban como pozos negros, su piel estaba cubierta de grietas que parecían brillar con energía oscura. Era un espectáculo aterrador: no parecía humana, no parecía loba, parecía otra cosa, un ser nacido del caos. Dorian aún estaba de pie, tambaleándose, cubierto de sangre y hollín. El poder de Aylin lo había destrozado, pero su obsesión lo mantenía erguido. —Tanta… fuerza… —jadeó, escupiendo sangre—. Sí… eres lo que siempre imaginé. Una reina oscura. Una diosa de la muerte. Aylin no respondió con palabras. Levantó una mano y las sombras respondieron de inmediato, elevándose como lanzas dispuestas a atravesarlo. “Mátalo. Destrúyelo. Arráncale cada aliento.” —rugió Iría dentro de su mente, incitando con furia salvaje.

Capítulo 107. No somos una familia. Han pasado unos días desde el ataque, pero todavía siento la presión en el pecho, como si las sombras de esa iglesia siguieran pegadas a mi piel. Clara duerme en mis brazos, y cada vez que la escucho respirar tranquila me convenzo de que esto no es un sueño, que de verdad está aquí conmigo. Ian descansa en la habitación contigua; desde aquella noche apenas se separa de su hermana, como si él también temiera perderla otra vez. Yo debería estar agradecida, ¿no? Los recuperé. Están vivos. Estamos a salvo… al menos por ahora. Pero no puedo. Cada vez que cierro los ojos, vuelvo a escuchar la voz de Dorian, su maldita risa, su amenaza sobre mis hijos. Y lo peor es que, cuando abro los ojos, lo que me duele no es solo eso, sino lo que veo frente a mí: Alaric. Él ronda la casa como un fantasma. No se acerca demasiado, pero tampoco se aleja. Está siempre allí, en algún rincón, como si con eso bastara para redimirse. Y yo lo odio por eso, porque me recue