Capítulo 109. La llamada de Héctor. Narrador omnisciente: Héctor estaba sentado en la habitación de la pensión, las manos entrelazadas sobre la mesa desvencijada. El humo del cigarrillo que había encendido hacía varios minutos se mezclaba con el aire húmedo y rancio del cuarto. Afuera, la ciudad seguía su ritmo impasible, ajena a las tormentas que se gestaban entre las paredes de aquel edificio viejo. No estaba acostumbrado a recibir llamadas de su padre. Años atrás, cada contacto había sido un interrogatorio, una orden, una exigencia que debía acatar sin discusión. Ahora, la llamada parecía más una advertencia, pero el tono de la voz del consejero y hermano del Alfa que dirigía la manada Luna Silenciosa le indicaba que aquella advertencia tenía filo. El teléfono vibró sobre la mesa. Héctor lo miró, con los labios apretados, y finalmente deslizó el dedo sobre la pantalla para contestar. —Héctor —dijo la voz al otro lado, firme, sin rodeos. —Padre —contestó Héctor, intentando ma

Capítulo 111. El secuestro de Ian. Narrador omnisciente: La excursión al valle de los molinos era uno de los eventos más esperados por los niños del colegio. Cada otoño, los maestros llevaban a los cursos de primaria a recorrer el sendero que bordeaba el río, a recoger hojas secas y a aprender cómo funcionaban los molinos viejos que seguían girando con el viento del norte. Era una tradición inocente, segura, llena de risas y bocadillos. O al menos, así lo parecía. Aylin había firmado el permiso sin dudar demasiado. Alaric le había advertido —otra vez— que su padre seguía moviendo fichas, que no bajara la guardia, que el niño podía ser un blanco. Pero ella no quería vivir con miedo constante. No podía. Había pasado demasiados años huyendo de sombras como para permitir que también arruinaran la niñez de sus hijos. Así que ese día, cuando el autobús escolar se llevó a Ian y a Clara, decidió convencerse de que todo estaría bien. “Solo es una excursión al valle, con maestras y niñ

Capítulo 113. La hija repudiada. Narrador omnisciente: El bosque estaba tan silencioso que hasta los latidos se escuchaban. Avanzaban despacio, con los sentidos agudizados, esquivando ramas y raíces. El suelo estaba húmedo, y el aire olía a lluvia. Héctor iba adelante, atento a los movimientos entre los árboles. Aylin caminaba detrás de él, con los ojos bien abiertos, sintiendo cómo el pulso le golpeaba el cuello. Alaric cerraba la marcha, preparado para atacar en cualquier momento y la mirada constante sobre el entorno. —Estamos dentro del perímetro —murmuró Héctor—. Si seguimos por este sendero, llegaremos a las zonas bajas del recinto. Aylin asintió. No hablaba mucho desde que cruzaron la frontera. Las palabras, en ese lugar, parecían pesar más de la cuenta. Cada paso que daba era una batalla contra los recuerdos. Las sombras del bosque se parecían demasiado a las que la rodeaban cuando huyo años atrás. De pronto, un ruido seco los detuvo. Un llanto. Apenas un gemido suave

Capítulo 115. La venganza final Narrador omnisciente: Aylin bajó lentamente las manos, dejando que su luz y su oscuridad se equilibraran de nuevo. Sentía la tensión residual en el aire, pero podía respirar. Su familia estaba a salvo, y eso era lo que importaba ahora. Alaric se acercó, colocando una mano sobre su hombro en un gesto silencioso de apoyo. Ian miró a su padre, entendiendo que la batalla inmediata había terminado, pero que el peligro seguía latente. —Esto no ha terminado —murmuró Alaric, con voz baja—. Mi padre no se rendirá tan fácil. Aylin asintió, pero antes de que pudiera responder, un rugido gutural resonó detrás de ellos. El viejo Alfa, jadeando, se incorporaba apenas unos centímetros del suelo. La sangre le corría por la comisura de los labios, sus ojos ardían con un brillo casi inhumano, y las runas de su piel comenzaron a encenderse de nuevo, esta vez con un rojo enfermizo. Su odio era tan intenso que el aire vibró. —¡No he terminado contigo, maldita! —esc

Capítulo 117. El regreso a casa Volvimos a casa al amanecer, después de un viaje silencioso que se sintió interminable. El coche estaba cargado con nuestras cosas más esenciales, pero lo más importante era que Ian, Clara y Elara estaban con nosotros. La pequeña dormía profundamente en mis brazos, acurrucada contra mi pecho, y los dos mayores alternaban entre dormir y quedarse mirando el paisaje desde la ventanilla, todavía aturdidos por todo lo que habíamos vivido. El silencio en el coche era cómodo y tenso al mismo tiempo. Clara sostenía la mano de Ian, como si temiera soltarla y perderlo de nuevo. Él, aunque más tranquilo, se aferraba a su manta, mirando de reojo a su hermana, buscando seguridad. No me atreví a decir nada; entendía que después de todo, los cuatro habíamos pasado por un caos que era difícil de poner en palabras. Cuando llegamos al edificio donde vivíamos, respiré hondo. El regreso a la ciudad me daba cierta sensación de alivio mezclada con un miedo silencioso: la