La noche caía sobre el país con una tensión que no se podía nombrar. Las calles, los canales, las redes sociales… todo parecía suspendido. Las grietas del poder ya no eran rumores: eran derrumbes públicos, noticias en cadena, confesiones grabadas.En un despacho oculto dentro del edificio de la Fiscalía General, Isabel Montenegro se mantenía sentada frente a un ventanal enrejado, sin paisaje, sin horizonte. El vino había sido reemplazado por una taza de café amargo y el silencio era ahora su única compañía.No estaba libre, pero tampoco aislada del todo.Gracias a dos infiltrados dentro del sistema judicial, Isabel aún recibía algunos reportes. Fragmentos. Filtraciones. Ecos de un poder que se le escurría entre los dedos como agua sucia.Había perdido senadores, empresarios, militares. Había perdido a Salvador, su contador más leal. Había perdido la narrativa.Pero lo que no se perdonaba era haber perdido el control sobre Julián Rivas.—El maldito quiso salvarse solo… —murmuró, mientr
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