La noche en Marsella olía a sal y a gasolina. Desde el puerto, el rumor de los barcos mezclaba su eco con el rugido lejano de motocicletas. La ciudad no dormía; las luces de neón titilaban sobre los muros pintados con grafitis, y el aire húmedo pegaba en la piel como una advertencia de tormenta.En la habitación de un hotel discreto, Camilo repasaba por enésima vez los datos en la pantalla de su portátil. Frente a él, Renata sostenía un auricular, recibiendo instrucciones en francés atropellado desde la fiscalía. Alejandro caminaba de un lado a otro como un animal enjaulado, y Valentina lo observaba con el corazón estrujado. Había un mapa extendido sobre la mesa, con puntos marcados en rojo.—Lo confirmaron hace veinte minutos —dijo Renata al colgar la llamada—. El vuelo privado que partió de Lyon hizo una escala técnica en Marsella. No estaba en el plan de vuelo oficial, lo hicieron para cargar combustible.—Eso significa que Iris está aquí —respondió Alejandro, con voz ronca.—O que

**I. Bogotá – El llamado de Emilia**La tarde caía en Bogotá con un aguacero que golpeaba los ventanales del apartamento de Emilia Rivas. El ruido del agua se mezclaba con el silencio denso de la sala, donde Julián revisaba por enésima vez los documentos que Leonor Márquez había entregado. Eran papeles viejos, contratos manchados por el paso del tiempo, discos duros con grabaciones ocultas, y un manojo de memorias USB con más información de la que podían procesar en pocas horas.Emilia, sentada en un sofá con el teléfono fijo entre las manos, respiraba profundo antes de marcar. Sabía que la llamada que estaba a punto de hacer no tenía marcha atrás.—Es ahora o nunca —murmuró.Julián levantó la vista.—¿A quién vas a llamar?—A Renata Rivas.Julián la observó en silencio; que su madre recurriera a ella demostraba hasta dónde habían llegado las cosas.—¿Confías en ella? —preguntó, con tono desconfiado.—Renata es íntegra. Siempre lo ha sido. No se vende, y eso es lo que necesitamos ahor

La noche en Lyon pesaba sobre cada uno de ellos como una losa. El aire húmedo de la ciudad, mezclado con el cansancio de días de persecución y tensión, acompañaba el regreso al hotel. El operativo había terminado con una victoria parcial: Iris había sido rescatada con vida. Sin embargo, la figura que lo había orquestado todo, el Arconte, se había desvanecido como una sombra entre las rendijas del poder que él mismo había construido durante décadas.La furgoneta que los había trasladado desde las afueras de la ciudad llegó al estacionamiento del hotel poco después de la medianoche. Camilo bajó primero, revisando el entorno con un instinto natural de desconfianza. Alejandro lo siguió, sosteniendo a Valentina por la espalda. Entre ambos, casi sostenida más que caminando, iba Iris, con la piel pálida y la mirada perdida en algún punto indescifrable.Renata cerró la puerta tras ellos y se aseguró de que nadie los hubiera seguido. Había dado instrucciones claras: ni un contacto externo, ni

La tarde caía con una tormenta implacable sobre Bogotá. El agua golpeaba las tejas y los vidrios con violencia, como si la ciudad entera quisiera limpiar la sangre que corría en sus sombras.Julián caminaba bajo el aguacero con el cuello de la chaqueta levantado, las manos en los bolsillos. Había insistido en salir solo, a pesar de las advertencias de Emilia.—No puedes confiar en nadie, hijo —le había dicho ella antes de que cruzara la puerta.—Precisamente por eso debo moverme —respondió él, con los ojos fijos en la calle—. Si me quedo quieto, me encuentran más fácil.La lluvia le cubría el rostro, pero no lograba apagar la tensión que lo dominaba desde hacía días. Sabía que el Arconte había ordenado su muerte. Lo intuía en cada sombra, en cada moto que pasaba demasiado despacio, en cada mirada que se quedaba fija en él más de lo necesario.No sabía que, en ese mismo instante, al otro lado del mundo, se decidía la suerte de su enemigo.---En su mansión, Eloísa Restrepo observaba a

El edificio de la Fiscalía General de la Nación estaba blindado de silencio. Afuera, periodistas trataban de captar alguna declaración sobre la caída del Arconte, pero las puertas metálicas permanecían cerradas. Adentro, en un salón de paredes desnudas, se desarrollaba una reunión que nadie vería en las noticias.Renata Rivas había llegado puntual. Traía un portafolio con las pruebas enviadas desde Lyon y Bogotá, las mismas que habían acelerado la caída del imperio del Arconte. Frente a ella, tres altos mandos del Estado: el Fiscal General, un delegado del Ministerio de Justicia y un asesor de Presidencia. La reunión no tenía actas oficiales.Y al centro, con un vestido sobrio y el gesto sereno, estaba Eloísa Restrepo.El brazalete de su casa por cárcel aún brillaba en su tobillo, pero ella lo ignoraba como si fuera un accesorio más. Sus ojos se movían con calma calculada, observando cada gesto en la mesa.El Fiscal abrió la carpeta.—Doña Eloísa, usted ha colaborado con pruebas que n