El sol de la mañana, un círculo pálido y frío, se asomó por encima de las cumbres nevadas, pintando el valle con tonos rosados y azules. El aire todavía olía a la batalla de la noche anterior: a sangre, a pino quemado y a la amarga desesperación que seguía a la muerte. El grupo de Wolf, ahora más pequeño y con varios heridos, se movía lentamente, dejando atrás a los dos guerreros caídos. No hubo tiempo para un funeral adecuado, solo una bendición rápida y una promesa silenciosa de venganza.Christina, con un vendaje improvisado alrededor de su tobillo, cojeaba, pero se negaba a detenerse. Su mente, sin embargo, no dejaba de dar vueltas. La imagen de Wolf usándola como escudo seguía vívida en su memoria. Él la había protegido sin dudar, arriesgando su propia vida. Su instinto, que antes se había guiado por la cautela, ahora parecía ser solo una extensión de su necesidad de protegerla. El peligro la perseguía, y con ello, arrastraba a Wolf y a sus hombres. El peso de la culpa era casi ta
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