Capítulo 31 – Lo Que No Vas a Romper En el piso 14 de la Torre Castell, la energía era distinta. El laboratorio vibraba como una arteria palpitante, anticipando la llegada de alguien importante. Los pasillos, normalmente adormecidos por la rutina, hoy tenían ese brillo callado que antecede a los milagros. Sofía Rojas volvería. Y aunque su ausencia había sido breve, para muchos había sido suficiente para confirmar lo que ya sabían: ella no era reemplazable. En su oficina, Adrián Castell revisaba los planos del reacondicionamiento. Las mangas de su camisa celeste estaban remangadas hasta los codos, el ceño fruncido, la concentración atravesando sus dedos como electricidad. Más luz natural. Insonorización reforzada. Nueva tecnología. Un rincón solo para ella. Todo pensado para su regreso. Para que supiera —sin decirlo en voz alta— que él la necesitaba ahí. Que aún creía en ellos, aunque ya no tuviera derecho a pronunciar esa palabra en plural. El celular vibró. Un mensaje de J

Capítulo 33 – Lo que duele no es él Punto de vista: Sofía Rojas La puerta se cerró con un golpe seco. No fue solo el fin de una visita; fue el cierre simbólico de algo mucho más profundo, como si esa mujer hubiera dejado un eco venenoso que aún flotaba en el ambiente. El sonido de sus tacos alejándose por el pasillo se apagó lentamente, y entonces el silencio lo cubrió todo. Un silencio denso, pegajoso, como si el oxígeno hubiera sido robado del aire. Y en medio de esa quietud sofocante, Sofía sintió cómo algo se rompía adentro. No fue alivio. Fue vacío. Un hueco en el pecho que empezó a llenarse de lágrimas, aunque no las buscó. No pensó en llorar, no quiso hacerlo. Pero el llanto se presentó solo, traicionero y silencioso, cayendo en hilos calientes por sus mejillas. Eran lágrimas pesadas, dolorosas, como si cada una llevara el peso de semanas acumuladas. Se dejó caer al borde de la cama, todavía con el pijama de algodón gris que usaba cuando el mundo dolía demasiado. El ca

Capítulo 35 – Elijo la Ciencia, No el Dolor Punto de vista: Sofía Rojas La mañana del enfrentamiento con Valeria, Sofía no quería salir de su casa. La notificación vibró apenas sobre la mesa de luz. Un mensaje. Solo una línea. Solo un nombre. Adrián Castell: "Sofi, tenemos que hablar." Sofía lo leyó una sola vez. Luego, lo volvió a leer. Y por primera vez en mucho tiempo, no sintió el impulso de responderle. No le tembló la mano. No le ardieron los ojos. No le brotó el corazón. Solo dejó el celular en la mesita, con la pantalla encendida, el mensaje en azul, sin respuesta. Visto. Sin retorno. Sin explicación. Se levantó sin prisa. Entró al baño y cerró la puerta. Se quitó el pijama suave que había llevado durante ese dia. El vapor de la ducha caliente empañó el espejo… y con él, las memorias de todo lo que dolía. No se miró al espejo. No quería ver a la mujer que lloraba. Quería ver a la que volvía a pelear. Se lavó el rostro con fuerza. Se cepilló el cabe

Capítulo 37 – Los Resultados Punto de vista: Narrador omnisciente con enfoque en Sofía y Adrián La noche había sido larga y pesada Sofía había intentado dormir temprano. Había dejado el celular en el living. Se había puesto una camiseta amplia, Se ato el cabello en una trenza y se cubrió las piernas con una manta liviana para tratar de dormir. Pero el sueño no venía. No después de lo que había pasado ese día. Sus palabras retumbaban todavía en su cabeza como si se las hubieran grabado en los huesos. —“ Tu bebé podría nacer ciego… ¿no es triste eso?” Ni siquiera ella tenía aún certezas y sin embargo, esa mujer hablaba como si supiera más que ella misma. La explicación. era una que ardía como alcohol sobre una herida abierta: Adrián le había contado. ¿Hasta dónde llegaba su deslealtad? ¿Había compartido esa información médica con Valeria? ¿La misma Valeria que, por años, fue una sombra entre ellos? ¿La que siempre estaba en su celular? ¿La que nunca se fue del todo?

Capítulo 39– La Casa Donde Empieza la Luz Punto de vista: Sofía Rojas El sol no había terminado de levantarse cuando Sofía cerró la valija con manos firmes. No había llorado al empacar. No porque no doliera, sino porque sabía que, a veces, la fortaleza nace del cansancio de sufrir. La noche anterior, después de la ecografía, luego de la inyección que marcó el inicio del tratamiento, Lily no se separó de ella. La acompañó en silencio, le preparó una infusión de manzanilla y le dejó claro, sin rodeos ni dramatismos, que no estaba sola. Y más tarde, cuando las luces del apartamento ya estaban apagadas y solo el resplandor azul del teléfono iluminaba la habitación, llegó la llamada que definiría el día siguiente. —Quedate con nosotros —le dijo Isabel—. Fabián está cada vez más débil y necesito ayuda, pero más que nada… quiero que vos estés cuidada. No deberías estar sola, hija. No ahora. Sofía no discutió. No fue una rendición. Fue una tregua. Con la vida y con su cuerpo. Con el amo