—¿Están seguros de que estaba por aquí? —preguntó uno de los guardias, confundido al ver el distrito rojo en completo silencio.—Quedémonos a investigar. Esto está raro —dijo otro, nervioso pero sonriendo. Había escuchado rumores sobre hombres secuestrados por súcubos para mantenerlos cautivos durante días... incluso semanas. Una fantasía que él no veía con malos ojos. Además, sería como unas vacaciones pagadas: podría culpar a las súcubos por su ausencia laboral.—¡Redsy, ¿dónde estás?! Tenemos órdenes de llevarte ante su majestad, la reina Verónica —gritó uno de los guardias.—Idiota, ¿qué haces? —dijo otro, preocupado.Una puerta se abrió en el segundo piso. Una súcubo salió bostezando.—Ouahh... ¿Guardias? —dijo, somnolienta.—¡Rápido, corran! Yo la distraigo —dijo el guardia que deseaba ser capturado.—Hoy el distrito rojo está cerrado. No hagan tanto ruido, ¿ok? Adiós —dijo ella, volviendo al cuarto privado.Todos quedaron confundidos. El distrito rojo nunca cerraba.Mientras tan

Redsy la cargó en su espalda y tomó la jaula con los cuyes en la otra mano. Salió de la casa, que ardía rápidamente. El fuego crepitaba con violencia, y mientras intentaba entender qué había pasado, notó algo en Sandy: sangre salía de su frente.Al mirar con más atención, vio el disparo. Sandy estaba muerta.—No... no... ¿qué demonios está pasando? —dijo Redsy, confundido.Entonces, la casa explotó. El gas acumulado en la cocina había detonado cuando el fuego del sótano llegó allí.—¡Maldita sea! —gritó Redsy, volviendo a entrar para recuperar la máquina.En solo dos segundos entró y salió con ella. Pero al apagar las llamas que la envolvían, vio que estaba demasiado dañada. Irreparable. El casco de Sandy tenía un agujero. El suyo, una bala incrustada. También lo habían intentado matar.Guardó el cuerpo de Sandy y la jaula en su portal personal del tesoro, para preservar su cerebro. Estaba furioso. Le habían arrebatado su oportunidad de tener un final feliz.—Ya estoy harto. Intenté em

Redsy mató a todos los que llevaban máscaras con números, dejando vivos únicamente a los camareros, cocineros y el chef que estaban allí. Les permitió vivir bajo la amenaza de no decir nada: si hablaban, él mismo iría por ellos y por sus familias.Al reunirse nuevamente con el grupo, descubrió que faltaban dos personas: 09, quien sería nombrado como nuevo líder del culto, y 99, el recién llegado.—Maldita sea... Bueno, solo eran dos. Ya los encontraré después —dijo Redsy, algo molesto.Abrió un portal y, al mirar el cuerpo de Sandy, sintió pena por ella. Había sacrificado todo para mejorar el mundo, pero al final sus esfuerzos no sirvieron de nada. Sus investigaciones, planos y máquina estaban destruidos, perdidos. Aunque él quisiera crear una máquina parecida, no podría. Incluso si estudiara lo mismo que ella, no sabría por dónde empezar. Tendría que seguir exactamente los mismos pasos que ella usó para construirla, algo que solo Sandy conocía. Un solo error lo obligaría a comenzar d

Desde pequeña, Ariadna siempre tuvo un gran deseo de ser famosa, igual que esas actrices que aparecían en la televisión recibiendo premios y aplausos. Se imaginaba siendo querida, aclamada y adorada por todos. Al principio contaba con el apoyo de Rubén, su padre, y Karen, su madre.Cuando tenía doce años, su madre dio a luz a su hermanita llamada Natacha. Ariadna la quería mucho. Su padre trabajaba de 8 a.m. a 8 p.m., y cuando ella llegaba del colegio, se encargaba de cuidarla mientras su madre se iba a trabajar desde la 1 p.m. hasta las 9 p.m. A esa edad, Ariadna ya sabía que el costo de vida en esa ciudad era alto. Solo tenían los fines de semana para compartir en familia. Aun así, eran felices.Ariadna jugaba —o mejor dicho, practicaba— con su hermana a cómo ser una criada, una nodriza, incluso una madre, cuidándola y criándola bien, pues en el mundo de la actuación debía estar preparada para todo tipo de papeles.Sus padres la apoyaban y le decían que siguiera su sueño, pero no fu

Al volver a su casa, les dijo a sus padres que había conseguido el dinero para pagar la operación y el tratamiento, pero no les mencionó que debía pagar cada mes doscientos mil dalias de interés. No quería preocuparlos más de lo que ya estaban.Sus padres estaban aliviados. Natacha no moriría.—No te preocupes, nosotros te ayudaremos —dijo Rubén, mientras su esposa abrazaba a Ariadna.Ese mismo día, ella recibió un mensaje del número desconocido: Ven al club esta noche. Preséntate en la oficina de Tony a las 7:30 pm.Al volver a ese lugar, fue directamente a la oficina de Tony.—Te presento a Carolina. Ella es la administradora de este lugar. Te preparará para trabajar aquí —dijo Tony, sonriendo.—¿Qué? —dijo Ariadna, algo confundida.—Investigué un poco sobre ti y, seamos honestos, con tu sueldo y lo que ganan tus padres no podrás pagarme ni siquiera el interés del primer mes. Así que ponte a bailar. De lo contrario, algo malo podría pasarles a tus padres o a tu querida hermana —dijo