La cálida luz de la lámpara iluminaba la mesa donde cenaban Cynthia, Clara y Estrella. El aroma a pollo llenaba el aire y, por un momento, todo parecía en paz.—¿Y entonces? —preguntó, Cynthia, con curiosidad—. ¿De verdad le pediste a Mathias que te pague por trabajar en la Fundación?Estrella sonrió con orgullo, llevando unas cuantas papas a la boca.—Claro. Si quiero estudiar psicología o cualquier cosa, necesito experiencia. Y si encima me pagan, mejor.Clara soltó una risita y dejó el pedazo de pollo a un lado.—Yo voy a hacer dibujos para Emiliano. Uno del unicornio feliz, con alas.Clara amaba dibujar. Era buena en el arte y le encantaban los unicornios... desde hace dos meses.—¡Eso está genial, mi amor! —dijo Cynthia, dándole un beso en la frente—. Seguro que Mathias va a estar encantado con esa ayuda.Estrella bajó un poco la voz, como si compartiera un secreto.—Ese tipo… no parece lo que esperaba. Pensé que sería un adulto aburrido que no escucha. Pero es distinto y me cae

Cynthia prefirió entrar, sabiendo que el hombre la seguía. Su expresión era tranquila, pero sus ojos ya estaban afilados cuando se cruzaron con los de Daniel. Él estaba de pie junto al mural de bienvenida, con las manos en los bolsillos, como si estuviera evaluando el lugar, como si tuviera derecho a estar ahí. —¿Qué haces aquí, Daniel? ¿Quién te dió la dirección? —preguntó ella, sin rodeos.—Vine a ver a mis hijas. Eso ya te lo dije —respondió él, con esa sonrisa que solía usar cuando intentaba manipularla—. Me enteré de que trabajas aquí, y pensé que ya era hora de recuperar el tiempo perdido. Es fin de semana y no vi problema de venir a verlas.—No pensaste en eso durante ocho años —soltó Cynthia, con la voz baja, pero firme—. Ni siquiera cuando enfermaron. Ni en sus cumpleaños. Ni cuando me quedé sin trabajo. Así que no vengas con el cuento del padre arrepentido el día de hoy.Daniel alzó una ceja, teatral.—Todos merecemos una segunda oportunidad, ¿no?—No todos. Y menos los que

Después de recorrer un par de tiendas, Estrella se detuvo frente a una librería y apretó el brazo de su madre.—¿Podemos entrar? Vi que tienen la colección nueva que quiero.Cynthia asintió sin dudar.—Ve con cuidado, no tardes.Estrella entró como si se le fuera la vida en ello, y Clara, por supuesto, quiso seguirla, aunque su atención se desvió a la vitrina de una tienda de juguetes justo enfrente.—¿Puedo ver los peluches? —preguntó, con esos ojitos brillantes que siempre conseguían doblegar a su madre.Mathias se adelantó.—Yo la acompaño. Podemos ver si hay algún unicornio que necesite ser rescatado.Cynthia sonrió.—Está bien, pero que no convenza al unicornio de que tiene que venir a casa. Ya tenemos una manada en esa pequeña habitación.Mathias soltó una pequeña risa mientras tomaba la mano de Clara con naturalidad. Caminaban como si fueran viejos amigos, mientras ella le contaba sobre su semana en la escuela y cómo había ayudado a un niño a no sentirse solo en el recreo. Math