Acostada en el suelo, con el corazón roto y completamente sola, una pregunta no dejaba de atormentarme: “¿Qué voy a hacer ahora?”No sé cuánto tiempo estuve así, sumida en un llanto interminable que pareció durar horas, mientras mi cabeza palpitaba dolorosamente y mis ojos hinchados ardían sin que las lágrimas cesaran de brotar.Contemplé la imagen una y otra vez, deseando engañarme a mí misma. Quizás no eran ellos, tal vez había malinterpretado todo, pero la cruel verdad persistía ante mis ojos: Max y Sara besándose.—¿Por qué? —susurré a la habitación vacía—. ¿Por qué me hiciste esto, Max?Pero en mi interior, ya conocía la respuesta; no me amaba, nunca lo había hecho, yo era simplemente la chica que su abuelo eligió, una esposa trofeo para hacer lucir bien a la familia. No era Sara, no era a quien realmente deseaba.Evoqué su perpetua frialdad, esas miradas que me atravesaban como si mi existencia fuera apenas un espejismo. Anhelaba sentir ira, explotar en gritos y reproches, destro
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