—Perdona, Amira. Sabía que estabas despierta; te escuché cantar hace rato. Por cierto, ya se me había olvidado lo hermoso que cantas. Ella lo interrumpió, seca:—Ya basta, Paulo. Dime, ¿qué quieres? —Solo vine a traerte algo de comer —extendió las bolsas—. Debes alimentarte. —Bien, gracias. Ya puedes irte.Paulo dio un paso adelante, acercándose a ella, y con voz angustiada dijo:—Amira, por favor, debes creerme. No sabía que mi padre se había casado, y menos contigo. ¡Juro que no sabía nada! ¿Por qué permitiste eso? ¿Él te obligó a casarte? —Ya no importa, Paulo... Por favor, vete antes de que llegue tu padre —respondió con ojos entristecidos. —Por favor Amira, déjame ayudarte. Necesito saber qué ha pasado todo este tiempo. Dime, ¿qué te ha hecho mi padre? —¿Para qué quieres saberlo? ¿Realmente quieres conocer al monstruo que es tu padre? —Se giró hacia él, dejando caer la cobija. Paulo observó las vendas en sus manos y muñecas, y con voz preocupada, preguntó:—¿Qué te pasó?
Leer más