Catalina sintió un escalofrío de terror puro al ver la jeringa que su tío sacó de su saco, un objeto ominoso que brilló bajo la luz tenue.Instintivamente, intentó retroceder, pero sus piernas chocaron torpemente contra el sillón, impidiéndole un escape rápido.Su mirada se desvió desesperadamente hacia la puerta: ¡estaba abierta! Una chispa de esperanza, débil pero persistente, se encendió en su mente.¿Tendría realmente una oportunidad de escapar de esa pesadilla que se cernía sobre ella? La posibilidad, aunque remota, era un salvavidas en medio de su creciente pánico.—¡No iré contigo! —gruñó Catalina, un desafío desesperado y valiente que apenas tuvo tiempo de salir de sus labios justo en el momento en que Tobías le clavaba la aguja en el brazo. Sin titubear, él liberó el contenido de la jeringa en sus venas.—Es tarde, querida. ¡Esta vez te venderé una y otra vez, y me aseguraré de que ningún desgraciado, ningún miserable, venga a rescatarte de mí! —gritó él, una sonrisa malvada

Francesco asintió, intentando con todas sus fuerzas aparentar la mayor calma que fue capaz de reunir en ese momento tan crítico, a pesar de que por dentro sentía una furia incontrolable, un fuego que amenazaba con consumirlo.Lo único que deseaba, con cada fibra de su ser, era explotar en una ráfaga de violencia, arrasar con todo y con todos los que habían osado poner a Catalina en esa situación límite.Se dio cuenta, con una amarga certeza que le perforaba el alma, de que andar con rodeos, ser demasiado diplomático y actuar con excesiva cautela solo había conseguido poner a Catalina en un peligro aún mayor.La impotencia lo carcomía, un veneno lento pero implacable, y mientras el médico seguía hablando, un plan mucho más drástico y sin concesiones comenzaba a formarse con claridad en su mente, uno que no dejaría espacio para la negociación ni para la piedad.Una vez que el galeno le dio el número de habitación de su esposa, Francesco no dudó un solo minuto.Con una determinación férr

Roger entró a la habitación, y la atmósfera cambió instantáneamente. Sus ojos, afilados como cuchillos, se clavaron primero en Marco, y por un instante, un entendimiento silencioso y tenso pareció cruzar entre ellos.Era una mirada cargada de historia no contada, de batallas pasadas o quizás de una complicidad oscura.Luego, con una lentitud casi deliberada que estiró la tensión en el aire hasta el límite, su mirada se desvió, deslizándose con una solemnidad helada, hasta posarse finalmente sobre el cuerpo inerte de Lucía, tendido en el suelo.El silencio que siguió fue tan pesado que casi se podía saborear, un presagio de lo que estaba por venir.—¿¡Qué diablos significa esto, Vito!? —gritó Marco, su voz cargada de una mezcla de incredulidad y furia mientras sus ojos se clavaban en el hombre que tenía delante.Podía sentir la sangre hirviéndole en las venas, un torbellino de emociones desatadas.No lograba entender por qué Roger estaba de pie allí, después de todo lo que había pasado

—¿Qué significa esto? —preguntó Lucía, la voz ahogada por el miedo mientras sus ojos, aún algo nublados, intentaban enfocar la situación, el terror invadiéndola al darse cuenta de su atadura.—¡No grites o los dos estaremos muertos! No grites, por favor —pidió Roger, su voz era un susurro urgente, apenas audible, mientras sus ojos se movían con rapidez, vigilando con tensión hacia la puerta, como si esperara que en cualquier momento se abriera y revelara una amenaza inminente. La atmósfera se cargó de una electricidad peligrosa.—¿Qué haces aquí? ¿Dónde están mis padres y Giovanni? —preguntó Lucía de nuevo, su voz temblaba, la desesperación creciendo ante la idea de que Marco pudiera haberles hecho daño. La incertidumbre era un veneno que se extendía por sus venas.—Tus padres están bien, por el momento. Trataré de que sigan así, pero no te prometo nada, Lucía —dijo el hombre rápidamente, sus palabras saliendo en un torbellino, dejando claro que la situación era precaria y que su prom