Luciana lo miró como si acabara de ver a un extraño. Sus ojos, grandes y brillantes, reflejaban un dolor contenido, mezclado con rabia y decepción.—¡No! —negó con la cabeza, retrocediendo un paso como si su cercanía le quemara—. ¡No voy a escapar contigo! No voy a hacerle esto a Octavio.Él no respondió de inmediato. En cambio, se acercó de golpe y la sujetó del brazo, con desesperación en el gesto.—¿Ya olvidaste lo que te hizo Octavio? —le dijo entre dientes, su voz temblaba, no de miedo, sino de furia reprimida—. ¿Olvidaste cómo te rompió el corazón? ¡Volviste de Londres hecha pedazos, Luciana! Estabas vacía, destrozada, caminabas como un fantasma… y mientras tú te derrumbabas, él estaba con otra. Te reemplazó. ¡Te dejó por otra sin mirar atrás! ¿Y quién estuvo ahí para recogerte cuando caíste?Ella se soltó bruscamente, como si su contacto la contaminara.—¡Y tú! —le gritó, con la voz quebrada por la herida que aún no cerraba—. ¡Tú también me dejaste! Cuando más te necesitaba... t

Al día siguiente, el aire era más ligero, como si el cielo hubiera decidido darles una tregua.Sin embargo, dentro de Luciana habitaba una mezcla de ansiedad y esperanza.Pronto sería su boda, quería dejar el pasado atrás, dedicarse al amor de Octavio y nada más.Por la mañana llamarón a la puerta.Abrió y entonces vio a Paulina.Cuando la vio cruzar el umbral de la casa, con la ropa arrugada, los ojos cansados y un leve temblor en las manos, Luciana no lo dudó: corrió hacia ella y la abrazó con todas sus fuerzas.—¡Amiga! —exclamó, casi al borde del llanto—. Dios mío, ¿dónde estabas? Me tenías tan preocupada… ¡Pensé que te había pasado algo!Paulina apenas pudo devolverle el abrazo. Su cuerpo aún estaba débil, pero ese gesto sincero le dio calor.Antes de que pudiera responder, Pablo apareció detrás de ella, deteniéndose justo en la puerta.Luciana lo miró, sorprendida.—¿Qué está pasando? —preguntó, confundida—. ¿Ustedes…?Pablo se acercó a Paulina, le tomó la mano con delicadeza, y

Samuel quedó paralizado por un instante. Frente a él, el auto estaba vacío.Luciana no estaba ahí.Su corazón dio un vuelco violento en el pecho. Parpadeó con fuerza, como si la imagen que tenía frente a él no pudiera ser cierta.Miró a ambos lados con desesperación, esperando verla salir de algún rincón, esperando que fuera solo una mala jugada de su mente.Pero nada.—¡¿Luciana?! —gritó con una mezcla de furia y pánico, su voz retumbó entre las paredes del recinto.Caminó a zancadas hacia el auto, abrió la puerta trasera, revisó el interior con manos temblorosas. Nada.El chofer, aun con la gorra en la mano, lo miraba en silencio, nervioso, como si supiera lo que venía.—¿Dónde está Luciana? —rugió Samuel mientras lo tomaba por el cuello de la camisa, al borde de perder el control.El hombre alzó las manos con desesperación, tartamudeando:—¡En la iglesia, señor! ¡La novia… la novia va rumbo a la iglesia!Samuel lo soltó con un empujón. El corazón le palpitaba tan fuerte que le dolía

Octavio caminaba de un lado a otro en la entrada del salón.Había saludado a los invitados, sonreído frente a las cámaras, incluso agradecido a algunos familiares... pero su corazón estaba inquieto.Luciana no regresaba.La había visto irse hacia el jardín trasero minutos antes, pero algo dentro de él, una punzada aguda en el pecho, le decía que algo no estaba bien.Decidió buscarla.Atravesó el jardín, llamó su nombre entre los arbustos, revisó las terrazas, el pasillo trasero... Nada.Fue entonces que escuchó el rugido de un motor.Corrió hacia el portón lateral justo a tiempo para ver cómo un auto negro se alejaba a toda velocidad por la calle. Pero lo que lo dejó helado fue lo que vio a través de la ventanilla trasera: una mujer golpeando el cristal.—¿Luciana...? —murmuró, sintiendo cómo el corazón le caía al estómago.Se acercó un poco más, el auto estaba ya a unos metros de distancia... pero entonces lo entendió.¡Era ella! ¡Luciana!—¡Luciana! —gritó con desesperación—. ¡¿Escap

Octavio la cargó en sus brazos, la llevó hasta la habitación, aún frente a la puerta, volvió a besarla con deseoÉl la acercó tomando su cintura, cuando detuvo el beso, también besó sus mejillas, su frente, su rostro, luego tomó posesión de su cuello, ella sintió que temblaba, que temía como nunca antes, pero iba más allá, era una sensación rara, algo palpitaba en todo su cuerpo, además de su corazón, besó sus hombros, e hizo caer su vestido, la abrazó y ella se quedó estática, no quería que la desnudez de sus pechos fuera vista, al final él la recostó y tuvo que ceder, observó su hermoso cuerpo, ahora quería probarlo, disfrutarlo, sentirlo con sus manos, besó sus pechos con suavidad, lamiendo sus pezones que se endurecían al contacto, ella quería callar, pero liberó un ligero gemido que la avergonzó, él sonrió, feliz de lo que lograba, mientras mordía sus labios sugestivamente, observó su respiración tan rápida, y ese miedo que quería contener. Besó sus labios, esta vez con premura,