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171. LA COMPRENSIÓN DE TEKA
Jacking se llevó una mano al mentón, procesando cada palabra de la bruja. Podía sentir el nudo de la traición en el aire, uno que, de confirmarse, partiría a la manada en dos.—Si es cierto que alguien de los nuestros la ayudó… —se detuvo, mirando a todos con seriedad—, entonces no solo estamos enfrentándonos a enemigos externos. Tendremos que prepararnos para lo que se desate cuando esa verdad salga a la luz, y créeme, Teka, no pienso tolerar la deslealtad dentro de mi propia casa.Teka asintió con solemnidad. El deber del Alfa era proteger a la manada, incluso si eso implicaba enfrentar traiciones que dolerían más que cualquier herida de guerra. Por su parte, ella tampoco planeaba quedarse de brazos cruzados.—Yo me ocuparé de mi hija primero —declaró con firmeza—. Pero te prometo, Jacking, que también encontraré r
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172. LA REUNIÓN
Teka rió acompañada por todos los presentes. Era algo que los había preocupado durante un tiempo, porque en los últimos años, la mayoría de los nacimientos habían sido de chicas. Los nacimientos de chicos en la manada eran raros.  —Estamos creciendo mucho —dijo Jacking pensativo—. Vamos a tener que desplazar nuestra manada a otro país. Amet, encárgate de buscarnos un lugar donde no haya manadas. Esta isla se nos está haciendo pequeña.  En ese momento, fueron interrumpidos por unos golpes en la puerta. Tras ella, aparecieron el Alfa Amat junto a su Beta. También entraron Héctor y Meryt, tomados de la mano, seguidos por Netfis.  —Buenos días, mi Alfa —saludó el Alfa Amat, seguido por los demás.  —Bienvenidos, amigos, tomen asiento —dijo el Alfa, acomodándose detrás de su escri
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173. EL ACUERDO
Amet se levantó con solemnidad, su presencia llenando la habitación mientras todos guardaban silencio expectantes. Sus ojos brillaron con un destello dorado mientras comenzaba a explicar el antiguo ritual de unificación. El aire se volvió denso, cargado de una energía ancestral que hacía vibrar cada fibra de los presentes. Héctor y Merytnert permanecían de pie, sus manos entrelazadas, emanando pequeñas chispas que danzaban entre sus dedos, como un testimonio viviente del poder que ahora compartían.  —Pues, Alfa Amat —comenzó Amet a explicarle—, si se unen a nosotros, jurarán lealtad eterna a nuestro Alfa Supremo. Allí, en la sala de la ceremonia, los miembros de su manada serán analizados para ver qué poder otorgarles. Todas las lobas que lo deseen pueden integrarse al batallón que dirigirá la princesa y esposa de su hijo, Merytnert. Y t
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174. JULIETA Y SALET
La noche había caído con un estruendo silencioso y abrumador sobre la casa de Horacio. La oscuridad no era tranquila; era inquietante, como si estuviera cargada de un nerviosismo que vibraba en el aire e impregnaba cada rincón de la vasta terraza. Julieta no podía quedarse quieta; sus pies iban y venían en un frenético vaivén, dejando un rastro intangible de ansiedad en las losas frías bajo sus pasos. El tiempo se había acabado, ya no había vuelta atrás. Tenía que decidir y, sin embargo, su mente era un caos.  —Salet, estoy aterrorizada —confesó en voz alta, sin detener su caminata, como si las palabras pudieran aliviar el peso que le oprimía el pecho—. Mañana me tengo que ir. Horacio me dijo que él me va a teletransportar hasta donde yo le diga.  Hizo una pausa y aspiró profundamente el aire nocturno, buscando algo de calma,
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175. EL SECRETO DE JULIETA
Julieta bajó los ojos un instante, como si la simple mención de su partida fuera un recordatorio en carne viva de lo que estaba por venir. "Mañana", pensó, sintiendo cómo la palabra le pesaba como una losa en el pecho. Era el final de su tiempo allí, pero no necesariamente el comienzo de algo mejor.  —¿Mañana? —murmuró para sí, más que para Horacio, aunque lo suficientemente alto como para que él alzara las cejas en respuesta.  —Sí, mañana —confirmó él, con esa calma serena que a veces la asustaba, como si nada pudiera sacarlo de su eje.  Julieta sintió un peso extraño hundiéndose aún más en su pecho. Miró a Horacio, quien estaba lo suficientemente cerca para que ella pudiera ver cada detalle de su rostro: esos ojos que parecían saber demasiado, esos labios que muchas
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176. CONTINUACIÓN.
Julieta se inclinó ligeramente hacia adelante, examinando el detalle de los rostros en el lienzo. Había algo inquietantemente familiar en ellos.  —¡Vaya! —exclamó repentinamente—. Es increíble el parecido de Angie con su madre. ¡Parecen la misma persona!   Horacio asintió con una leve sonrisa, reconociendo lo obvio.  Era verdad que su prima y hermana del alfa, era como estar viendo a su madre.—Así es. Meryt es la viva imagen de la Gran Esposa Real Nefertari, su madre —estuvo de acuerdo con una sonrisa. — Y Jacking, como puedes ver, tiene el porte y el rostro del faraón Ramsés, su padre.   Julieta lo miró con una mezcla de asombro e incredulidad. La expresión de su esposo era de plena añoranza.  —¿Entonces Angie sí es una princesa, y su hermano un rey? —pregunta con incre
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177. CONTINUACIÓN
Jacking, sin embargo, no dejó que la emoción tomara por completo el momento. Su mente, entrenada para no quebrarse bajo ninguna circunstancia, ya trazaba los siguientes pasos.  —Mejor colócala en la cueva purificadora —continuó con voz grave—. Tal vez eso ayude a sacar al Preta de su interior.  —Buena idea —asintió Teka de inmediato, su rostro iluminándose con un resplandor nuevo, ese que solo nace cuando una madre ve un destello de luz entre las sombras que la rodean—. En ese lugar se revelará todo. Ahí, si hay algo más, lo descubriremos.  Jacking inclinó la cabeza, procesando la idea con la misma velocidad con la que su instinto le dictaba cada acción. Luego, su tono cambió levemente; su voz tomó ese filo que solo aparecía cuando una sospecha aún sin confirmar rondaba sus pensamientos.  —&ique
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178. ENSEÑANDO A SU LUNA

 Jacking no contestó enseguida. Cada palabra debía ser sincera, brutalmente honesta. No podía evitar preguntarse cuándo llegaría el día en que su Luna finalmente aceptara que era un ser sobrenatural, como él.   —Mi Luna, me gustas de ambas formas, porque ambas eres tú —respondió él, con una claridad tan certera que no dejaba lugar a dudas. Isis guardó silencio un momento, solo un instante en el que parecía sentirse arropada por las palabras de su Alfa. Pero poco después, su voz volvió, cargada de un anhelo casi infantil.  —Amor, ¿qué hay que hacer para que mi loba y yo volvamos a ser una? —preguntó, llena de expectación. —¿Es muy complicado? —Pues, mi Luna, ahora tengo que enseñarte cómo controlar el cuerpo de tu loba —afirmó, con determinación
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179. CONTINUACIÓN
Por eso, sin decir palabra, acarició con cuidado el cuerpo de la loba que yacía a su lado, un gesto cargado de esperanza, suspirando por el día en que ambos pudieran resolver ese enigma y ella pudiera regresar completamente a la vida.  —Pues serías solo humana —respondió él con una pausa medida, aunque el pesar asomaba en su tono. No deseaba alarmarla innecesariamente, pero era imposible evitarlo. Su Luna debía saber cuán seria y vital era la situación en que se encontraba—. Tu loba Ast morirá.  —¡No, yo no quiero que mi loba muera! —exclamó Isis, con miedo. Apenas procesaba la gravedad de esas palabras, pero el entendimiento le llegó como un golpe frío y certero. Por primera vez percibía el peligro real al que se enfrentaban.  —Por eso, mi Luna —intervino Jacking con firmeza, aprovechando el momento para r
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180. LA SITUACIÓN DE JULIETA
El Alfa Supremo vaciló por un momento, sus sentidos sintonizados con la energía debilitada de Salet. Frunció el ceño, preocupado por las consecuencias de semejante acción.  —¿Crees que lo aguante, Teka? —preguntó, sin ocultar el peso de su preocupación en cada palabra—. Puedo sentir a la loba muy débil.  Teka lo miró con firmeza, dando un leve paso hacia Salet como si quisiera proteger su fragilidad con su propia fuerza.  —Horacio, transmítele energía a tu pareja. Toda la que puedas —le indicó, encendiendo en su voz la urgencia de alguien que conoce la delgada línea entre la vida y la muerte.  Horacio se preparó para obedecer, inclinándose hacia Salet. Pero antes de que pudiera comenzar, el Alfa Supremo levantó una mano, deteniéndolo.  —Un momento, Horacio. Lo haremos e
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