Yalens llegó a una habitación donde Emma se encontraba en un rincón y no se dejaba tocar por nadie, su mano había sufrido quemaduras de primer grado y tosía porque había inhalado bastante hollín. —Madre soy yo Yalens...Anton ya viene para acá. Emma reconoció a Yalens de inmediato, así que se levantó y la abrazo. —Tranquila madre, pero debes dejar que ellos te examinen, estaré contigo. Yalens acaricio la espalda de la mujer que asintió. —Mi niña, mi hijo es tan afortunado de tenerte. Yalens sonrió pesadamente —¡Si madre! Mientras Emma era atendida el corazón de Yalens estaba oprimido entre su pecho y espalda , ver el estado de la mujer le dolía, la apreciaba, era importante para ella. >>Debí haberla llevado conmigo hoy<< Se sentía culpable, ella había podido evitar lo sucedido. Después de que Emma fue estabilizada y pudo dormir, Yalens salió de la habitación. —Señorita Reymond ¿Está bien? Se ve agotada— murmuro el detective que la había estado esperando. —Señor

Dos semanas se habían consumido en un torbellino de frustración. Dustin sostenía un sobre extraño, sin remitente, dirigido a su jefe, Anton. Su pulgar se posó sobre el borde del papel, tentado a romper el sello, a desvelar el secreto que yacía dentro. Siempre abría la correspondencia de Anton, era su deber, pero este sobre en particular le provocaba una extraña punzada de inquietud, una certeza de que no era un asunto de negocios. Negó con la cabeza, una sombra de resignación cruzando su rostro. Un nudo de desasosiego y ansiedad se le instaló en el estómago mientras se dirigía a la oficina de su jefe. Habían buscado a Yalens y a su madre sin descanso, pero era como si la tierra se las hubiera tragado. Algo en el rompecabezas no encajaba, una pieza clave que seguía perdida. Dustin suspiró, el sonido de su aliento rompiendo el silencio del pasillo. —Señor, ha llegado este sobre —anunció, su voz un murmullo respetuoso. Ahí estaba Anton, la viva imagen de un hombre cuya vida se desmoro

Yalens había abierto una cuenta bancaria, alquilado una casa y registrado a su madre en el sistema médico bajo el nombre de Yuna Frey. Todo estaba en orden. Era sábado cuando Dennis se comunicó con ella. —Señorita, la señora Emma Kalman,le ha enviado una carta. El corazón de Yalens se aceleró, pero con voz firme le pidió a Dennis que la escaneara y se la enviara por correo electrónico. Quería limitar el uso de su dirección de residencia. Cuando abrió el archivo, sus ojos se detuvieron en la letra de su suegra. ~“Querida Yalens. Deseo que estés bien, al igual que Luciley. Dale mis saludos y buenos deseos de mi parte; he extrañado nuestras charlas y juegos matutinos. No sé qué sucedió entre mi hijo y tú, pero él está sufriendo. Sé que solicitaste el divorcio y no sé qué fue lo tan grave que ha hecho para no merecer ser escuchado. Pero no puedo intervenir por él ante ti. Solo deseo que logren su felicidad. Ambos han sido jóvenes que han enfrentado el dolor y la pérdida en estos años

Ines salió de la oficina de Anton con una sonrisa de oreja a oreja. El auto que había diseñado ya estaba listo y sería enviado a París, tal como ella había deseado. Era su manera de saldar la deuda que sentía con Víctor. Además, en los últimos meses Anton había permitido que se acercara de nuevo. Para ella, era un gran avance. Ya no había vuelto a escucharle mencionar a Yalens. Aunque había investigado y su divorcio aún no se había concretado, se sentía segura. Si Yalens no había aparecido hasta ahora, ya no lo haría. Anton se enfocó en los documentos que había dejado a un lado para atender a Ines, quien había venido por el permiso de exportación del auto. Se sentía exasperado y se masajeó las sienes. Había decidido mantener a Ines cerca porque no confiaba en ella, y presentía que tenía algo que ver con la desaparición de su esposa y la solicitud de divorcio. Esos meses habían sido sofocantes, pero había aprendido a sobrellevarlos, esperando que en algún momento aparecieran las pist

Tras colgar la llamada con su madre, una extraña mezcla de nerviosismo y anticipación invadió a Yalens. Necesitaba prepararse para ese encuentro. Dejó correr el agua en la tina y, para calmar sus pensamientos, añadió sales de baño con un refrescante aroma a sándalo. El vapor que se alzaba llenó el ambiente, creando un santuario de paz. •°•° Anton descendió del tren en el preciso instante en que el sol alcanzaba su punto más alto. Habían sido casi ocho horas de viaje, un largo trayecto que le había dado demasiado tiempo para pensar. Tomó un taxi, y su corazón latía con fuerza mientras se dirigía al hotel Rybinsk, sin saber que se hospedaría en el mismo lugar que Yuna. Al llegar, la recepcionista le explicó que el hotel estaba abarrotado debido a un importante evento de moda. No le quedó otra opción que aceptar la única habitación disponible: una matrimonial. Apenas cruzó el umbral, se dejó caer en la cama. El agotamiento del viaje era inmenso, pero el único pensamiento que lo consumí